Hoy ha sido un día inolvidable, porque la he conocido”, escribió el director francés de cine en la tarjeta de un gran ramo de rosas rojas que la joven actriz encontró al llegar a su departamento. Los dos se habían echado el ojo, porque ella también había preguntado sobre él cuando visitó el set de la que sería su próxima película: “¿Quién es ese churro que acaba de entrar?”. Podría decirse, entonces, que lo que sintieron Mirtha Legrand y Daniel Tinayre al conocerse fue más que un flechazo: fue amor a primera vista. Corría el año 1947 y a ninguno importó la diferencia de edad. Pronto, la rubia de ojos celestes, con 17 años, cayó rendida a los pies del cineasta, de 35, al que había deslumbrado, y concretaron una primera cita en la confitería La Ideal.
Distintos orígenes, el mismo sentimiento
Rosa María Martínez Suárez no tuvo el sueño de ser artista desde pequeña. Fue su madre quien supo ver la atracción que provocaban la gracia y simpatía de sus gemelas “Chiquita” y “Goldi”, como las llamaba. Las preparó con clases de declamación, piano, canto, danzas y actuación. Provenientes de Villa Cañás, una localidad de la provincia de Santa Fe, luego de la muerte del padre, la familia se trasladó a Buenos Aires en busca de mejores oportunidades. Con los primeros trabajos, llegaron también los nombres artísticos: a los 13 años fueron rebautizadas Mirtha y Silvia Legrand. Por su parte, Tinayre era un hombre de mundo. Hijo de un diplomático, había nacido en París y vivido en Uruguay; influencias que marcarían luego su trabajo como cineasta, guionista y productor.
Sin embargo, al conocerse con Daniel, Legrand estaba comprometida con un joven militar, por el que afirmaba que iba a dejar su carrera. Por supuesto, no fue así. Primó la atracción por el nuevo hombre y decidió romper su compromiso anterior, asegura, en buenos términos. De este modo, estuvieron libres para casarse, en una boda que resultó accidentada: la pareja chocó el auto del juez minutos antes de ingresar al civil. En cuanto a su profesión, Mirtha no solo continuó trabajando, sino que el director de La Mary y La patota se convirtió en su promotor y mejor mánager. “Era un hombre con mucha decisión, mucho encanto, muy divertido. Jamás me aburrí a su lado”, confesó “La Chiqui”.
De tiempo completo
Fanáticos de su oficio, Daniel y Mirtha pasaban mucho tiempo lejos de sus hijos, decisión que la diva se reprocha. “A ellos –reconoció– les hubiera gustado que yo estuviese más en casa. Siempre les explicaba que, gracias al trabajo de sus padres, podían llevar una vida cómoda. Hoy estaría a la hora en que los chicos salen del colegio y desean merendar con su madre”.
La diva de los almuerzos
Entre película y película, con tres años de diferencia, nacieron sus dos hijos: Daniel y Marcela. Pero el crecimiento de la familia no puso freno a la carrera de Mirtha, que iba en ascenso, congeniando el cine y el teatro. Hasta que el entonces director de canal 9, Alejandro Romay, le propuso realizar un programa de entrevistas que se llamaría Almorzando con las estrellas, sin imaginar (ese 3 de junio de 1968 en que el ciclo debutó) que sería un clásico de la televisión argentina y convertiría a Legrand en una exitosa conductora. Daniel, como productor, supervisaba todo detrás de cámaras. Sin embargo, con las personalidades fuertes de ambos, las discusiones entre la pareja no tardaron en llegar. “¿Por qué te ponés así? ¡Te perjudicás! ¡Si te ponés así, te perjudicás!”, gritaba él, ante una Mirtha desbordada que le recriminaba las fallas técnicas de la grabación.
Tampoco el matrimonio fue ajeno a los rumores de infidelidad (aunque ninguna se pudo comprobar). Y en nada ayudó la fama de seductor y mujeriego de Tinayre. La pareja se mantuvo junta hasta el final, aunque dormían, sí, en camas separadas. Además, el cineasta no escatimó a la hora de agasajar a la diva. Joyas, pieles y hasta un departamento amueblado fueron parte de los costosos regalos con los que intentó demostrarle que se desvivía por ella. “Era un hombre al que le gustaban mucho las mujeres”, admitió Mirtha, aunque aseguró, a su vez, con firmeza: “Yo sabía que era su mujer y su amor. Vos te das cuenta cuando un hombre te quiere. Eso es lo que sigo extrañando de él. Tener a alguien que se ocupe de mí”.
Pérdidas y reinvenciones
Fue el diagnóstico de una hepatitis B lo que comenzó a marcar el final de Daniel. Su mujer no lo advirtió pero él percibió que lentamente se apagaba. “Esto es grave. Se va a complicar. Te voy a dejar sola”, predijo, y, ya internado, le hizo un último pedido: que el lunes volviera al canal. Chiquita no pudo cumplir. Recién dos semanas después se sintió fuerte pararse nuevamente frente a cámaras y retomar sus almuerzos. Ya sin Tinayre desde el control, reconoció entre lágrimas: “Soy una mujer madura. Me he quedado sola. Entiendo a todas las mujeres que han perdido a sus maridos. Es un momento muy doloroso. Es como si se quedara uno sin la mitad de su vida, de su cuerpo…”.
Sin embargo, no sería el último duelo que le tocaría atravesar a la
diva. Cinco años más tarde despediría a su hijo Daniel, diagnosticado con un
cáncer de páncreas. Marcela, la rebelde de la familia, pasó a ser su puntal,
junto a sus nietos, Nacho, Juana y Rocco; y sus bisnietos Ámbar, Silvestre y
Alí. También su trabajo y el lugar especial que consiguió en el mundo del
espec-
táculo fueron fundamentales para atravesar las pérdidas. Aunque siempre supo
que no iba a volver a formar pareja. Es que algo de ella se apagó con la
partida de su gran amor, luego de casi 50 años. Así lo aseguró a su público: “Quiéranme, necesito el cariño de ustedes. Comienza una nueva vida
para mí. Solitaria”.