Historia de amor

La que empezó como un amor prohibido se convirtió en una de las pareja más reconocidas.

Arturo Puig y Selva Alemán: cuatro décadas sin escándalos

La que empezó como un amor prohibido se convirtió en una de las pareja más reconocidas.

Se conocieron cuando protagonizaron la novela Fernanda, Martín y nadie más. Corría el año 1974 y Arturo Puig, uno de los galanes del momento, conocido como el “James Dean argentino”, tenía la posibilidad de decidir quién sería su coprotagonista para un próximo proyecto televisivo. Selva Alemán, que provenía de familia de artistas y ya había sido premiada con un Martín Fierro como “Actriz Revelación”, fue la elegida. Lo había deslumbrado cuando la vio en el teatro, sin saber que también lo haría cuando la conociera personalmente. Lo que vivieron, reconocieron ambos, fue un flechazo. Pero, como toda historia de amor que se precie de tal, no les sería tan sencillo vivir libremente esos sentimientos. Ambos estaban casados y él, incluso, tenía dos niños pequeños.

Enamorados y prolijos

Compartían tiempo de grabación y la química era imparable. Sin embargo, como los dos buenos profesionales que eran, lo disimularon durante meses. Las escenas fogosas, que no eran como las de hoy en día, se lo permitían. Hasta que un día, ella lo citó en un bar de la calle Olleros y Libertador. “Le dije: Vamos a tomar un café y a charlar un poco sobre lo que nos pasa», recordó la actriz. Él, que nunca se consideró un don Juan, estaba decidido a apostar todo por Selva; sin por ello dejar de preservar el vínculo con Juan y Ximena, sus hijos. “De a poco, fuimos arreglando las cosas”, contó el actor respecto de un momento en el que no existía el divorcio y las separaciones eran de común acuerdo.

A pesar de la pasión que los unía, o quizás por ello, los primeros tiempos de noviazgo no fueron todo color de rosa. Revelaron que durante cinco años se pelearon muchísimo y que el hecho de trabajar juntos no ayudó en lo más mínimo. Tenían diferentes maneras de encarar los proyectos, y la competencia estaba a la orden del día. “Nos criticábamos, nos llevábamos pésimo. En determinado momento dijimos ‘basta’, porque iba a terminar afectando a nuestra relación”, recordó el actor. En ese lapso, que duró diez años, hicieron terapia de pareja e, incluso, llegaron a pasar un tiempo distanciados; aunque nada de eso salió a la luz. Siempre pudieron preservar su intimidad y mantener un perfil bajo ante la prensa.

Sinsabores y reencuentros

Otro momento complicado a sortear vino con la dictadura militar. Durante un año estuvieron prohibidos por haber alojado al músico Piero en su casa y hasta llegaron a recibir amenazas telefónicas. “A otros amigos del mundo del espectáculo también hemos ayudado, pero no lo contamos porque ellos mantienen la reserva y los respetamos”, reveló Puig, a quien le aseguraron que ambos formaban parte de una lista negra. Pero la vida y la profesión les darían revancha con el fenómeno de ¡Grande, Pa!, que llegó a marcar 50 puntos de rating y por el que todavía se recuerda al actor. “Es impresionante. Caminamos por la calle, de noche, en medio de la oscuridad, él con una boina, y la gente lo reconoce”, manifestó Alemán.

Sin embargo, finalizado ese proyecto, los productores decían Puig había quedado muy pegado a la imagen de don Arturo. Pasó tres años sin trabajar, en los que vivieron de los ahorros, hasta que otra propuesta los atraería y los volvería a unir arriba del escenario: la posibilidad de hacer la obra Cristales rotos. Ninguno quiso negarse. “Seguramente la madurez influyó, y los personajes. A partir de ese momento pudimos sanear todo, aprovechar el conocernos y la confianza con el otro”, refirió Selva. Desde entonces abordaron varios trabajos complejos, como Quién le teme a Virginia Woolf y El precio, que los llevaron a madurar como pareja y profesionales. Sin medias tintas, Puig reconoció que “el actor no sube al escenario por vanidad, sino para que lo quieran. Por eso la crítica pega tan fuerte, porque está criticando el propio ser. En general, el público está a favor, pero también uno escucha, en la calle, comentarios como ´que viejo está´, ´que gordo se puso´”.

Madurez y abuelazgo

Seguros y asentados, en 2001 pasaron por el registro civil para estar formalmente casados, el día del cumpleaños de Selva. Así sellaron más de 40 años de amor. “Seguimos enamorándonos, nos divertimos, compartimos proyectos y salidas y también discutimos y nos peleamos”, reflexionó la actriz. Mientras que, para Arturo, la pareja “es una plantita que se riega todos los días”, aunque consideró que encontraron un balance sano y positivo, que permite que la relación perdure: “No estamos obsesionados con temas de nuestra actividad todo el día. Nos interesa el abordaje de cualquier cuestión que también pasa por la charla de todo hijo de vecino”.

Los más de 70 los encuentran amigados con el paso del tiempo, si bien para Alemán el hecho de no haber podido ser madre fue un tema pendiente. “Es uno de los dolores –confesó– más grandes que he tenido en mi vida. No pude tener hijos porque me operaron dos veces de muy joven. Fue muy doloroso. Un duelo importante. Me ha pesado mucho en varios momentos de la vida. Nada es gratis. Pero está bien tomar conciencia de lo que uno no puede por destino, fatalidad o elección”. De todos modos, hoy disfrutan de los nietos de Puig (dos pequeños adoptados por su hija en Rusia), de los proyectos de él como director, de los reconocimientos por sus trayectorias, del cariño del público y, sobre todo, de envejecer juntos y felices.

Decisiones de vida

Puig recordó recientemente que, alguna vez, evaluó junto con su mujer la posibilidad de adoptar, aunque luego no lo concretaron. “Tuvimos la oportunidad de hacerlo durante el Proceso, pero no era por derecha y teníamos miedo de que fuera un bebé secuestrado. Creo que hicimos bien», rememoró el actor, para quien “no tener hijos juntos fue una deuda muy grande” de la pareja.

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