La peregrinación más multitudinaria que recibe Luján es la que cada octubre, desde hace casi medio siglo, parte del santuario porteño de San Cayetano en Liniers y recorre más de 60 kilómetros hasta la basílica homónima. Pero también en abril, durante la Semana Santa, la iglesia más visitada por los argentinos para rendirle culto a su virgen convocará a una enorme multitud cuando se celebre, el 5, el Domingo de Ramos, y una semana después, el Domingo de Resurrección.
Otra vez quienes lleguen a la Plaza Real (hoy, plaza seca Belgrano, ubicada donde culmina la Avenida Nuestra Señora de Luján) desde el camino Real (que en realidad por estos días es el Acceso Oeste), podrán observar la basílica y emocionarse con sus dos torres de 106 metros de altura, erigidas entre 1922 y 1926 y coronadas por sendas cruces. El templo –de estilo neogótico ojival y construido entre 1887 y 1935– es realmente imponente: 100 metros de longitud, 68 metros de ancho en el crucero y 42 en el frente. Igual de importante es la reja de hierro que lo circunda.
Quienes ingresen a la basílica, subiendo los 15 peldaños de la impresionante escalera de mármol blanco, no solo se verán embargados de una profunda emoción, sino que podrán realizar una suerte de paseo, una recorrida circular por el interior, a través de sus dos pasillos laterales que se unen por detrás del altar mayor, donde se encuentra la virgen. El pórtico central está dedicado a la Argentina, el oeste a Uruguay y el este a Paraguay. Tienen diferentes altares y ocho hornacinas o nichos que contienen las imágenes de los apóstoles y los evangelistas: san Pedro, san Andrés, santo Tomás y Santiago el mayor; san Matías, san Bernabé, san Judas Tadeo y san Simón (lado este); y san Pablo, Santiago el menor, san Felipe, san Bartolomé, san Mateo, san Marcos, san Lucas y san Juan (oeste). Son formidables sus 15 campanas, cada una con un nombre y un lema, de distintas notas y pesos, desde los 55 a los 3.400 kilos: un total de 12.489 kilos de material; como un reloj de estilo inglés de seis metros de diámetro; o el gran órgano Cavaillé-Coll de París, ahora en desuso, que tenía la presión de aire más alta de los órganos argentinos. A la derecha del altar mayor está ubicada una de las enormes banderas argentinas que Dardo Cabo llevó a las Islas Malvinas y plantó el 28 de septiembre de 1966.
Además, se puede comprobar el derrotero de la virgen: un hacendado de Sumampa, localidad de Santiago del Estero, le pidió a un amigo en Brasil que le remitiese una imagen de la virgen María. Fueron enviadas dos: la Santísima Virgen y otra con el niño Jesús en sus brazos. Pero la carreta quedó varada en Luján, fue llevada a una hacienda cercana, custodiada por el “negro Manuel”, que había llegado desde África. Pronto llegaron los peregrinos para venerar a María, lo que motivó la construcción de una ermita, que luego fuera trasladada a basílica ya construida.
En las recovas de la avenida y en la propia plaza, el visitante tiene a disposición una enorme cantidad de puestos con medallas, cadenas, velas y todo tipo de elemento religioso. Y en derredor, variedad de negocios que abren un amplio abanico de oferta gastronómica.
Pero además, Luján es una ciudad para recorrer y disfrutar. Por caso, el Complejo Museográfico, el más grande de Latinoamérica, cuyo sobrio estilo colonial contrasta con el de la basílica. O la histórica Casa del Virrey Sobremonte; el Cabildo que funcionó hasta 1825, cuando lo suprimió Bernardino Rivadavia; el Museo es Museo de Transportes, con su impresionante sala con carruajes entre los que se destaca una berlina de la familia Rosas, uno del campamento de Plumerillo que perteneció a San Martín y diversas salas dedicadas al transporte público. En la zona se hallan numerosas estancias que invitan al turismo rural a pasar un día de campo. Pueblos históricos como Carlos Keen y Jáuregui completan la propuesta.
El propio río Luján posee una bellísima ribera. El cauce, de una longitud de 130 km, a la altura de la ciudad describe un meandro y allí se pueden realizar paseos en catamaranes y recorrer la ribera donde se desarrolla el Parque Florentino Ameghino, diseñado por el arquitecto Carlos Thays, un magnífico trabajo de paisajismo. Un sitio ideal, en una extensa superficie arbolada, donde se puede disfrutar de la naturaleza y el aire libre, y completar una jornada con un paseo apacible.