Un auto mal estacionado, una fiesta que se extiende hasta altas horas de la noche o el olor de la basura; los motivos para que surja una discusión entre vecinos son múltiples y de diverso origen. Seguramente, no exista quien no haya tenido, alguna vez, un intercambio de palabras con la persona que vive en el departamento de al lado. Lo cierto es que los hábitos de uno no siempre coinciden con los del otro, y estas diferencias se trasladan a los hogares. Pero ¿cómo imponer reglas de la puerta para afuera? ¿Quién determina en un edificio qué es correcto y qué no lo es? A veces, los límites son tan difusos que, cuando aparecen los problemas, nadie sabe bien cómo resolverlos.
Vivir y dejar vivir
“Desde mi punto de vista, lo más importante para una buena convivencia es el respeto por el prójimo y la solidaridad. No hay que hacerles a los demás lo que no nos gustaría que nos hagan a nosotros. Todo vecino debe saber que donde terminan sus derechos comienzan los de los demás”, opina Mariel Kernes, autora del libro Anécdotas de un administrador de consorcio y consultora en Administraciones FROMO. Cuenta que los reclamos que reciben son de lo más variados: volumen muy alto de la televisión o música, gente que corre muebles o camina en horarios a la madrugada, animales que permanecen solos mucho tiempo, objetos tirados en los patios de la planta baja, dejar en mal estado el salón de usos múltiples (SUM) o bicicletas que se depositan en el palier.
Las quejas por ruidos molestos en horarios de descanso están, sin dudas, entre los principales motivos de consulta, e incluso constituyen una contravención cuya regulación es competencia de la ciudad de Buenos Aires. “Quien perturba el descanso o la tranquilidad pública mediante ruidos que por su volumen, reiteración o persistencia excedan la normal tolerancia, es sancionado/a con uno a cinco días de trabajo de utilidad pública o multa de $ 200 a mil pesos”, establece el artículo 82 del Código, aunque diferencia al vecino particular del que lleva adelante una actividad comercial.
Reglas y acuerdos
Si bien en algún que otro edificio puede reinar el caos, no es lo más común. Por lo general, las personas se rigen por pautas de conducta que permiten la convivencia y se anticipan al conflicto mediante el diálogo, recurriendo al encargado o al administrador. Hacer una denuncia y contratar a un abogado suele ser la última opción. Pero independientemente de la buena voluntad, hay normas que regulan el día a día de los edificios. “En orden de jerarquía, las reglas escritas son: el nuevo Código Civil (establece pautas en materia de propiedad horizontal), el Reglamento de Copropiedad (rige los derechos y obligaciones de los copropietarios, uso de espacios comunes) y los reglamentos internos (se usan en algunos edificios tipo torres). Actualmente, el uso de aplicaciones tecnológicas facilita estas cuestiones organizativas”, explica Kernes, aunque señala que “muchas veces lo escrito no se cumple y allí es cuando se generan conflictos de convivencia consorcial”.
Carla Chinelli, abogada y socia de COEstudio, coincide en que, si bien se trata de típicas normas de convivencia (como mantener los espacios comunes limpios o sacar la basura en los horarios permitidos), no siempre son respetadas. Cuenta que, en esos casos, lo que suelen hacer es “plasmarlas en un reglamento interno, el cual es aprobado por asamblea con el fin de que todos los vecinos estén al tanto y puedan participar de su creación, y de que sean consensuadas”. A su vez, existen acuerdos no escritos, modos que pueden ir cambiando con el tiempo y el recambio de vecinos, por lo cual entienden que es conveniente ser flexible para ir adaptándose a las nuevas costumbres y personas.
Que haya paz
Llegar cansado, después de un día de trabajo, y encontrarse con inconvenientes en el edificio no es, por supuesto, el panorama ideal, y puede derivar en peleas y reclamos. “Por la vorágine diaria y el ritmo de vida actual −cuenta Kernes− se observan más conflictos entre vecinos, menos paciencia, más agresividad, y muchas veces se recurre al administrador para que solucione estos problemas, lo cual excede su función y sus posibilidades”. Además, señala que existen canales informales de comunicación (como los rumores de “radio pasillo”, los diálogos en los ascensores y en el hall, las conversaciones por WhatsApp o los carteles), que no contribuyen a generar un ambiente ameno. “Es importante tener en cuenta –indica− que las decisiones deben tomarse en las asambleas y esas son las únicas válidas”.
La tolerancia y el respeto son fundamentales para que se forme una comunidad de vecinos. “La mayoría de los conflictos se dan por falta de diálogo entre ellos”, señala Chinelli. La abogada observa, por su experiencia, que es muy común que una persona que nunca vivió en un edificio no esté acostumbrada a convivir con otros. “Lo mejor es que cada uno exprese su malestar y ver la manera de solucionarlo. A veces –reconoce− son cosas sencillas, como que el vecino no se da cuenta de ciertos hábitos que tiene y que pueden molestar al otro”. Por eso, resulta imprescindible entender que es tan importante cuidar el propio departamento como los lugares comunes; y no solo por la buena convivencia, sino también para mantener el valor competitivo de mercado de la propiedad.
Administradores más vigilados
El año pasado, el Gobierno porteño presentó un proyecto que promete agilizar y transparentar los trabajos en los edificios. Se trata un sistema de gestión, en línea y gratuito, llamado Consorcio Participativo, que permitiría, por ejemplo, visualizar los gastos y votar en asambleas. Su aplicación aún se debate en la Legislatura, porque limitaría a los inquilinos y difundiría datos privados.
Apto profesional
Con la necesidad de los trabajadores independientes de no multiplicar alquileres y la tendencia de las empresas a tercerizar tareas, fue creciendo la oferta de departamentos destinados tanto a la vivienda como a fines comerciales. Incluso se llegaron a construir edificios completos para ser utilizados como estudios, consultorios o peluquerías, entre otros rubros. Generalmente, se trata de inmuebles pequeños, de uno o dos ambientes, aunque también hay pisos enteros y equipados. Por eso, antes de comprar o alquilar se recomienda revisar el Reglamento de Copropiedad, donde se establece la finalidad del departamento (si es residencial y/o apto profesional).