Sábado, 11 AM. Es el primer partido del campeonato de colegios de la zona pero parece la final del Mundial. Los padres y las madres, de un lado y del otro, ya se están quedando sin voz de tanto gritar. “Pasala al delantero”, “¿Qué hacés, que no te movés?”. De repente, uno de los padres le levanta el tono al entrenador del equipo de su hijo y el juez toca el silbato. Hasta que la hinchada no haga silencio, el partido no continúa.
“Esta es la parte que más detesto del deporte”, dice Roxana Bernardello, que desde hace 16 años acompaña a su hijo, Lautaro, a los partidos de fútbol de salón (futsal). Ella asegura que en este tiempo vio de todo. “Desde chicos llorando porque habían perdido y entonces estaban defraudando a sus padres, hasta hombres y mujeres insultando a niños o a otros padres”.
Roxana, en cambio, jamás le dio consejos o instrucciones a Lautaro. Ella asegura que no solo porque no entiende las reglas del juego, sino porque además tiene muy en claro que el que juega es su hijo, no ella. “La mejor manera de acompañarlo es alentarlo. Si es su pasión, que la siga y que se comprometa con el equipo, con el deporte, que cuide su salud y que sea solidario. Si hay una etapa de frustración, que siga siempre adelante. Para mí, lo más importante es que él se divierta, porque es así como va a jugar mejor: si disfruta de lo que hace”.
¿Ir o no ir a los partidos?
Demostrar interés por las actividades en las que participan los hijos siempre fue, es y será importante. Sin embargo, también es fundamental observar cómo lo vive cada chico. “Hay que tener en cuenta cuál es la percepción que los hijos tienen de la presencia de sus padres y cuál es la intención de estos en ir a verlos: si van para criticar, para exigirles tener un mejor rendimiento, o si es para mostrarse que son los padres del mejor”, señala Edith Vega, psicóloga de la Fundación Hospitalaria e integrante de la Fundación Aiglé.
“Si los hijos perciben que sus padres van a acompañarlos, los pensamientos podrían favorecer su desarrollo. A su vez, los estados internos –o sea, las emociones– posiblemente sean placenteros y las conductas podrían facilitar que los niños o los adolescentes jueguen sin la exigencia de ser los mejores, de no sentir terror de cometer errores”, explicó la Lic. Estela Figueroa, de la Fundación Aiglé.
Si, en cambio, los chicos se sienten todo el tiempo observados para señalarles las faltas y luego compararlos con otros compañeros, la presencia de los padres podría tener un impacto negativo. Quizá los mismos padres ni siquiera se dan cuenta al hacer estos comentarios, convencidos de que los están ayudando. Y así pueden decir frases como: “¿Viste qué bien cómo se adelantó a cada jugada Martín? Eso es lo que tendrías que haber hecho vos en lugar de esperar la pelota. Si no hubiera sido por él, jamás hubiesen hecho un gol”.
“Si la percepción es que van a observarlos para marcar las faltas y hacer comparaciones, los pensamientos podrían ser negativos sobre la autoeficacia, las emociones displacenteras, y la conducta se podría ver impulsada para alcanzar lo que suponen que los padres esperan de él y se habrán evaporado las ganas de jugar por jugar”, agregó la Lic. Estela Figueroa.
El riesgo de presionar
Ignacio Silva hoy juega en el plantel superior del Olivos Rugby Club, del que su papá, Alejandro, fue manager durante diez años. Sin embargo, siempre respetó la elección de sus hijos. Tanto, que Ignacio –que ya jugó algunos partidos en primera división– durante algunos años abandonó el deporte familiar, el rugby, y prefirió jugar al fútbol. “Me parece que está bueno que puedan hacer un deporte pero que ellos puedan elegir el que quieran. Nosotros seguimos yendo a los partidos, con mi esposa. De hecho, Ignacio, que ya tiene 21, nos pregunta si vamos a poder ir y se pone contento cuando vamos”.
Desde su lugar de manager, Alejandro se ocupó de completar planillas en los partidos o de juntar el dinero para las giras, pero asegura que siempre “desde el costado de la cancha”, haciendo referencia a no involucrarse en el juego. “No está bueno que los padres se metan; de hecho, para eso hay un juez, un lineman; los adultos tenemos que dar el ejemplo y respetar a quienes son los responsables de hacer cumplir las reglas en el campo de juego”, señala.
El peligro de ser el mejor
Aunque la mayoría elige la palabra “juego” para referirse a la actividad que desarrollan los chicos, la competencia está muy instalada en la mayoría de los ámbitos. A esto se le suma la ambición de algunos padres por lograr que sus hijos se destaquen.
“Si los padres ponen en su hijo sus propias expectativas de ser el mejor, el que se destaca, el que tiene que llegar a ser reconocido como un futuro profesional de ese deporte para ser famoso y adinerado, el aliento y el apoyo llegan con mensajes distorsionados y generan en ellos frustración e impotencia. Como consecuencia, puede dañarse su propia valoración en sus dos extremos: ‘gano, no importa cómo, porque debo ser un ganador’, o ‘haga lo que haga, voy a perder, porque soy un perdedor’”, advierte Vega.
En casa o en el colegio, seguramente también se puede entrenar la capacidad de apoyar, sin ejercer presión. Por ejemplo, cada vez que juega nuestro equipo favorito. En definitiva, no hay mejor forma de educar que dando el ejemplo.
Cómo alentar a un hijo sin presionarlo
La doctora Edith Vega asegura que alentar es motivar a dar lo mejor de sí para llegar al objetivo. En una actividad deportiva puede ser:
1. Ver el error como una oportunidad de aprender y no un fracaso inexorable.
2. Recordar que no existe el fracaso sino el aprendizaje.
3. Festejar el éxito y comprender cuando este no se da.
4. Respetar las emociones del hijo.
5. Apoyar más allá del resultado: los padres están para felicitar o para contener el desánimo.
¿A qué edad es sano competir?
Muchos padres se preguntan ¿existe una edad recomendada para que comiencen a participar de competencias?
Marcelo Roffe, vicepresidente de la Asociación de Psicología del Deporte de Argentina (APDA), en el artículo “Cómo manejar la presión en los niños en el deporte”, publicado en el sitio de la entidad señala:
Competir puede ser sano a partir de los 11 o 12 años.
Antes, es recomendable practicar un deporte recreativo: poniendo el eje en la socialización, el aprendizaje y el disfrute más que en los resultados.
Es importante evitar especializarse en un deporte en edades en que las condiciones de maduración no están dadas. Allí es cuando el chico se expone a riesgos físicos y psicológicos.
Demostrar interés por las actividades en las que participan los hijos siempre fue, es y será importante.