Hay una frase a la que adhiero: ‘Lo ideal es el enemigo de lo posible´. A menudo, dejamos de hacer algo porque es tan perfecto lo que queremos lograr que, entonces, renunciamos a lo posible”, explica la psicóloga clínica Alicia Bittón, terapeuta familiar y de pareja, y no se equivoca. Lamentablemente, es una actitud que atraviesa todos los ámbitos de la vida. Se puede identificar en las cuestiones más simples, como practicar un pasatiempo o comprar un mueble para la casa; pero quizás se comienza a complicar cuando influye en asuntos de mayor complejidad: los afectivos, por ejemplo. Basta ver cuántas mujeres u hombres se quedan esperando a la persona que soñaron para asumir, finalmente, que nunca va a llegar aquel a quien desean.
Poner blanco sobre negro
¿Qué cantidad de cosas abandonaste porque no te sentías capaz de hacerlas bien? ¿Cuántos proyectos ni siquiera empezaste por miedo a equivocarte? Sí, es cierto, tal vez al primer intento el plato no sale tan rico como decía la receta, o te tocan la bocina porque se te apaga el motor del auto cuando recién aprendés a manejar. No sos Martha Argerich tocando el piano ni tenés el caudal de voz de Valeria Lynch, pero disfrutás de tus clases de piano y de canto. ¿Acaso el niño no se cae de la bicicleta cuando empieza a andar?
Es posible, claro, que seamos muy buenos en algo, pero no vamos a serlo en todo, y, sin embargo, bien vale el intento. “Si entendemos por perfecto aquello que no tiene fallas, podríamos decir con certeza que lo perfecto no existe. Lo posible es aquello que no es perfecto”, sostiene el psicólogo Ricardo Albero Galarco. A su vez, el integrante de la Red Asistencial de Buenos Aires (RedBA), que cuenta con una guardia telefónica de orientación psicológica gratuita, advierte que la perfección es un ideal y que, como tal, solo tiene consistencia en cada uno: “No tenemos, ni tendremos jamás –dice– acceso al concepto que encierra esa palabra en los demás, solo coincidimos en llamarla de ese modo”.
Lo cierto es que, en esta búsqueda por lo perfecto, perdemos, y mucho. “La verdadera pérdida es no salir al ruedo. No queremos exponernos, no probamos por miedo a equivocarnos. Uno de los temores es a la mirada del otro. Nos sentimos juzgados y cada obstáculo que se encuentra en el camino es un examen que nos tensa. Sin embargo, las vivencias son el mejor aprendizaje. Lo importante no es el éxito en sí mismo, sino el tránsito para lograrlo”, explica Bittón.
Además, la especialista cuenta cómo reconocer si una persona es demasiado perfeccionista: “Una clave es que nunca logra sentirse satisfecha. En general, suele ser muy controladora, no le gusta delegar, se obsesiona cuando comete algún error y no logra perdonárselo (lo tiene todo el tiempo en su mente); piensa que tiene que ser siempre él/la mejor. Toda esta exigencia le cuesta su bienestar personal”, sostiene. Albero Galarco coincide en que “detallistas al extremo entran en inseguridades fatales para realizar el objetivo”.
De la parálisis a la acción
En nuestra sociedad no está bien visto cometer errores. Por eso, a medida que crecemos, los vivimos como algo humillante, que nos hace ver débiles ante los otros, y muchas veces, dejamos de intentar algo, cuando las equivocaciones son parte del aprendizaje y oportunidades de crecimiento. Por empezar, hay que erradicar pensamientos que solo logran aumentar el malestar, como: “Esto es un horror”, “Jamás conseguiré hacerlo”, “Es demasiado difícil para mí”.
Según Bittón, la baja tolerancia a la frustración conlleva quedarse inmovilizado; sin poder avanzar. “Si no tomamos los fracasos como algo definitivo y continuamos con nuestras metas, ese aprendizaje nos va a resultar útil para lograr lo que deseamos”, indica la psicóloga, quien entiende que estar siempre buscando lo perfecto es una carga pesada para una persona y la lleva a dejar en el camino montones de oportunidades. “Se convierte –observa– en un boicoteadora de sí misma. La exigencia es tan grande que le impide probar por miedo a equivocarse. Sería beneficioso que reflexionara sobre cómo hacer cambios y no perderse experiencias vitales que pueden ser maravillosas. Si siente que no puede hacerlo sola, que busque ayuda para tener conversaciones significativas que la alienten en esa búsqueda”.
Sin embargo, para Albero Galarco hay otro concepto instalado que resulta muy nocivo y es el del triunfalismo, la forma en que socialmente se expresa esta incapacidad de disfrutar lo que se obtiene. “No alcanza con ser el subcampeón de América en fútbol, sino que la única y efímera satisfacción estaría en ser campeón del mundo y del universo, si fuera posible. Alguien dijo, por ahí, que el segundo ‘es el campeón de los perdedores’. Suena fuerte, ¿no? Y lo que se pierde tal vez sea alguna forma de acceso a la felicidad posible”, reflexiona el psicólogo, quien diferencia un perfeccionismo positivo (en tanto permita alcanzar objetivos difíciles para otros) de la frustración permanente ante el error (que remitiría al diagnóstico de alguna patología). Será, entonces, que hay que dejar de quejarse por lo que no salió como se esperaba, considerar que es mejor arrepentirse de aquello que se hizo antes que de lo que nunca se intentó, y entender que cada uno lleva adelante la construcción de su vida de la manera que mejor puede y desea.