A los 16 años, Mariana Jacobs leyó un libro de Elisabeth Kübler Ross, la psiquiatra experta en el acompañamiento de pacientes terminales, mediante técnicas y procedimientos que mejoran su calidad de vida. Si bien se fascinó, y hasta se imaginó sosteniendo la mano de alguien en sus últimos días, le encantaba la historia y decidió estudiar Ciencias Políticas. Ya en el tercer año de la carrera, cursó una cátedra de Psicología y, ni bien terminó la primera clase, se acercó al profesor y le dijo: “Quiero dejar Políticas y estudiar Psicología”. Fue una revelación: había decidido especializarse en estas tareas. Hace quince años que, de distinta forma –en hospitales y fundaciones−, viene acompañando a los pacientes. “No tengo dudas de que hoy soy mucho mejor persona que cuando empecé”, asegura. Tanto viene aprendiendo que quiso transmitirlo en Lo que me enseñaron mis pacientes antes de morir (Vergara). Lejos de los golpes bajos o los dramas angustiosos, cada línea de su libro celebra la vida. Porque una cosa es decir lo que deberíamos hacer para vivir mejor, y otra, relatar la experiencia de quienes demostraron que, aun con el último aliento, hay un viaje increíble que todos podemos hacer en cada uno y con los otros.
De puro vivir.
¿Por qué una mujer joven llena de posibilidades se empecina en acompañar a quienes están a punto de partir? Esa fue la pregunta que le hizo Martín, un científico paciente suyo. Él sospechaba que en esa instancia pasaba algo tan poderoso y particular que hacía que Mariana persistiera. Tenía razón: “No me ocupo de la muerte, me ocupo del espacio que tenemos antes de ella. Generalmente vivimos como adormecidos, como si fuese a durar para siempre, y cuando nos despertamos a la realidad inminente de que queda poco, se abren posibilidades que antes, en ese sueño profundo, nos estaban vedadas. Este momento puede ser de mucho crecimiento, de intensa conexión con nuestra vida, nuestro legado y nuestros semejantes. Cuando eso pasa, es algo extraordinario”, le contestó ella.
Mariana descubrió que el modo en el que nos pensamos hace la diferencia: Cuando optamos por definirnos desde lo que nos falta o desde los recursos que tenemos, grabamos a fuego cómo viviremos la situación que nos toca −sea una enfermedad, la falta de empleo, un divorcio o lo que fuera−. Otra lección de la que tomó nota es que hay que lograr un equilibrio entre la vida personal y la laboral, porque nuestro trabajo no es nuestra identidad. “Las vivencias más trascendentes son las ligadas a instancias íntimas; nadie se muere hablando de la nominación al Premio Nobel”, bromea. Sus pacientes le repiten que no decir lo que uno siente, enferma. “Sobre todo, no hablar en términos de reconciliar, de perdonar y pedir perdón. Tenemos los hombros llagados hasta el hueso de cargar con cosas del pasado y ni siquiera nos acordamos de por qué las seguimos cargando. Todos hemos hecho daño y a todos nos han hecho daño. Perdonar es soltar”. Una clave más es agradecer. “El agradecimiento es un gran antídoto. Y el secreto radica en centrarnos en las pequeñas cosas que tenemos hoy y que pueden ser fuente de gratitud. Eso cambia nuestra energía, nuestro humor, nuestros pensamientos”. Hacer con amor parece una frase hecha, pero Mariana la subraya como trasformadora. “No se necesitan grandes hazañas, sino nobleza en el sentir y un gran amor como la fuente y el destino de lo que hacemos. El poder más importante que tenemos todos es el modo en que vivimos, el amor que irradiamos”. Además, hay que saldar las cuentas pendientes, entender que el momento es ahora. Así se lo transmitió Luis cuando ella le dijo que le gustaría tocar el cello. “Hoy toco y se lo debo a él”, sonríe.
La otra gran herramienta es practicar la espiritualidad, de un modo u otro: “Ayuda reírse de uno mismo; pensar colectivamente; no creerse todas las versiones de uno que nos rondan la cabeza; prestar atención total a lo que hacemos; hacer más silencio; soltar el miedo; abandonarse por completo a algo; ofrecer un servicio; suspender el juicio para así trascender, capitalizar y evolucionar con las circunstancias que nos toquen”. Pero si Mariana tuviera que elegir una sola cosa respecto de lo que aprendió acompañando a otros en ese período tan particular es el hecho de conservar siempre una profunda confianza en el orden mayor de las cosas. “Aun en los peores momentos, siempre tengo la confianza de que hay algo que me sostiene. Eso ayuda a navegar en la tormenta sin naufragar”.
Para saber más
En su propia búsqueda, también fue voluntaria en los hogares de las Misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta, en India. Es miembro de la ONG Paliativa.
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