Mirta (82), Ana (75), Eva (74) y Viviana (69) se conocen desde hace 50 años. Las cuatro vivieron en el mismo edificio, en el barrio de Olivos, en el Gran Buenos Aires. La amistad surgió casi sin darse cuenta. Tocarle el timbre a una para pedirle algo; conversar con otra en el pasillo, hasta que vieron que se llevaban tan bien que empezaron a encontrarse un día a la semana a hablar de los hijos, los maridos, la vida.
La primera en mudarse fue Viviana: su esposo consiguió trabajo en España. Eran tiempos en que no había Internet, así que mantuvieron la amistad por correo. Como las otras tres seguían en el mismo edificio, cada vez que llegaba una carta con estampilla de España, se reunían y leían juntas las novedades. Y así, mientras la vida iba transcurriendo, estas vecinas/amigas fueron atravesando juntas buenas y malas.
En resumen, Viviana duró poco viviendo fuera del país y volvió a Buenos Aires, pero se mudó a otro barrio. Mirta quedó viuda y se fue a vivir al pueblo donde viven sus hijos. Eso sí, una vez al mes se toma un micro para visitar a sus amigas, “las chicas de los miércoles”, tal como le pusieron al grupo de WhatsApp que comparten, en honor al día en que se juntaban a tomar el té, cuando eran más jóvenes y vivían muy cerca.
Distancias, hijos, nietos, enfermedades; la amistad de estas cuatro “chicas” pudo sobrevivir a los cambios y los latigazos de la vida. O quizá haya sido al revés, porque según ellas, fue esta amistad de fierro la que las ayudó a sortear los malos tragos. Porque si hay que hablar de “buenos tragos”, ellas lo resumen de una sola manera: riéndose. Parecen adolescentes cuando se citan en un café. Siempre hay anécdotas de nietos, hijos o vecinos para compartir.
Requisitos esenciales
Pero ¿qué hace que una amistad dure tanto tiempo? Según la psicóloga Claudia Pires, secretaria científica de la Asociación Gestalt de Buenos Aires: “Las personas que tienen amigos que perduran en el tiempo tienen esa capacidad, aparte de ser sociables, de mostrarse tal cual son, con el mínimo camuflaje posible”. Al hablar de “camuflaje” la especialista lo explica así: “Yo llamo camuflaje a ese repertorio defensivo que solemos usar las personas para salir al mundo. Porque, en general, nos camuflamos para evitar el temor que tenemos en este intercambio”.
La honestidad y la sinceridad son los pilares fundamentales de todas las relaciones. Y en la amistad no quedan afuera. Pero hay otros valores más que entran en juego: “Ser genuino y ser auténtico son características necesarias para sostener un vínculo verdadero y duradero. En otras palabras, ser quien soy, sin camuflarme, me permite tener la mayor libertad de expresión en mi ser; puede ser un vínculo más o menos íntimo, pero la cuestión es que sea auténtico, sin necesidad de mentir ni de seducir ni de hacer algo que al otro le agrade para que me quiera. Solamente ser yo, y de esa manera estará garantizada la perdurabilidad de la amistad”, señala la licenciada Pires.
Diferencias que unen
María Marta y Olga son íntimas amigas desde que se conocieron en el hospital donde ambas trabajan de enfermeras. Sus esposos también se hicieron amigos después de varios años. Hace poco, estaban en un asado y uno de los hombres les preguntó cómo podían ser amigas siendo tan diferentes: una, muy amante de la naturaleza; la otra, muy lectora; una, madre de cuatro hijos; la otra, “madre” de tres perros y dos gatos. Para Claudia Pires, sostener las diferencias es otro pilar importante de una relación de amistad. “Respetar las diferencias es esencial entre amigas. Cada una con su singularidad, su propia riqueza y su propia miseria”, explica.
Tener gustos y costumbres tan distintos llevará, inevitablemente, a no estar siempre de acuerdo. Por ejemplo, para María Marta, la salida perfecta puede ser ir a caminar por un parque, mientras que a Olga le puede gustar ir a un museo o al teatro. Lo que las ayudó a mantener la amistad durante más de dos décadas fue el balance: algunas veces simplemente se encuentran en un café; otras veces, cuando Olga tiene ganas, salen a caminar unas cuadras y, si hay alguna exposición de arte u obra de teatro en el centro cultural que tienen cerca, van juntas.
Además de ejercitar la flexibilidad, con este intercambio, cada una aprende algo de la otra. “Nos encontramos con el otro tal cual somos, no tenemos que coincidir todo el tiempo. El tema es cómo se muestra esta diferencia. Si lo voy a hacer de una manera combativa, sin hacerme cargo, no es un buen camino. Ahora, si puedo mostrar mis diferencias con el otro a partir de lo que pienso y de lo que me gusta, seguramente la relación podrá perdurar en el tiempo”, agrega Pires.
Manipuladores, ¡no!
Risas, carcajadas, susurros, confesiones, abrazos; la amistad verdadera incluye un poco de todo. Esto abarca también discusiones o alejamientos temporáneos. Es que, si uno no está bien con uno mismo, no puede estar bien con el otro. Y esto es lo que ocurre en la mayoría de las relaciones. Hay momentos en que necesitamos de la palabra de nuestro amigo y hay otros en que todavía no estamos preparados para escuchar esa palabra y elegimos el silencio o la distancia.
Son situaciones que ocurren y que hay que saber respetar. Lo que no habría que tolerar en una amistad –lo mismo que en una relación de pareja‒ es la manipulación. “Cuando ponemos en primer lugar al otro o buscamos satisfacer las necesidades de la otra persona antes que las nuestras, corremos el riesgo de transformarnos en personas manipula
bles, ya que estas características nos hacen vulnerables a quienes tratan de dominarnos. Una persona que actúa bajo el efecto de la manipulación suele decir frases como ‘lo hago porque (el otro) lo necesita’, ‘lo hago porque le debo tanto’ o ‘lo hago porque sé que él lo valora’”, señala el psicólogo Bernardo Stamateas en el artículo “Rompiendo el círculo del manipulador” de su blog.
La parte más difícil: ser auténtica
Es uno de los desafíos más difíciles de una relación. Pero a pesar de lo que muchos podrían pensar, no depende de la otra persona, sino de uno mismo. Se podría creer que uno es auténtico cuando se siente cómodo con el otro; sin embargo, esto no es así. “Aceptarse uno tal como es y permitirse mostrarse hacia los demás de esta manera es una de las partes más difíciles”, asegura Carl Rogers, uno de los autores que más ha investigado y escrito sobre la amistad.
Esto no implica activar el “sincerómetro” y empezar a recitarle a cada amiga lo que pensamos sobre ellas y jamás le dijimos. Quizá la próxima vez que una amiga te pregunte cómo estás, puedas responderle la verdad en lugar de contestar el clásico “muy bien, gracias”. O tal vez, en un cumpleaños o reunión de amigas, si alguien recita su postura sobre determinado tema y vos no estás para nada de acuerdo, puedas explicar que tenés un punto de vista diferente. Posiblemente te sorprendas al ver que otras también se animan a dar su opinión. Con amabilidad y una sonrisa, todo suena mejor.