En la vida de cualquier persona pueden aparecer eventos negativos que condicionen su futuro. Ya sea la muerte de un ser querido, un accidente, una enfermedad, una traición, una separación; cualquiera sea el hecho, estos acontecimientos tienen un impacto directo en las emociones, el manejo del estrés o la visión subjetiva del mundo. De esta forma, cambian nuestro esquema mental y pueden llegar a modificar la manera de enfrentarnos a nuestro día a día. Sin un amortiguador emocional, los eventos negativos minan la autoestima y pueden conseguir que el estado de ánimo baje hasta hacernos alcanzar una depresión. Este amortiguador es la resiliencia, característica muy presente en la infancia pero que en adultos suele requerir de un desarrollo posterior dirigido a potenciarla y ajustarla a nuestras necesidades.
Este término proviene de las neurociencias y es la capacidad humana de sobreponerse con versatilidad a situaciones altamente estresantes que dejan un alto impacto en la psiquis, pero de las que es posible salir fortalecidos. Esta habilidad implica reestructurar los esquemas mentales sobre las nuevas circunstancias a partir de las herramientas con las que se cuenta. De esta forma, la persona utiliza el acontecimiento para desarrollarse personalmente y alcanzar nuevos límites. La resiliencia deja atrás el pensamiento de ver lo positivo en todo lo que ocurre y va un paso más allá, independientemente de que lo sucedido nos haya hecho mucho daño.
Esta forma de sobreponerse no es universal, y algunas personas nunca pasan de la fase de aceptación del trauma, pero puede cultivarse.
¿Qué hacemos con lo malo que nos pasa?
Una de las características de los seres humanos es que todos, absolutamente todos, somos diferentes, particularmente en la manera de reaccionar ante las situaciones que se nos van presentando en la vida. “Frente a un mismo hecho, como un accidente en el que alguien pierde a toda su familia, una persona puede entrar en una grave depresión y sentir que su vida prácticamente no tiene sentido; en cambio, otra quizás revise el sentido de su vida y a partir del hecho trabaje fervorosamente para evitar accidentes realizando campañas preventivas para que a otros no les suceda lo que a él le tocó vivir, valiéndose de su experiencia como motor”, ejemplifica Mauricio Strugo, licenciado en Psicología.
Muchas veces vemos casos cercanos y pensamos: ¿cómo hizo para sobrevivir a semejante tragedia? ¿Por qué algunos lo superan y otros caen en depresión o en adicciones? ¿Cómo, aquel que perdió todo logró de pronto levantarse de nuevo y creativamente lograr algo mejor que lo anterior? “Todas estas preguntas pueden responderse valiéndose de la resiliencia, capacidad que no todo el mundo tiene, y que ni siquiera podemos saber que tenemos hasta que nos sucede alguna situación que desafíe nuestra estructura vital”, asegura Strugo, y analiza algunos casos de grandes personajes de la historia que, gracias a su capacidad para convertir la adversidad en motor, lograron cosas increíbles: “¿Qué hubiera sido de Albert Einstein si no hubiera seguido insistiendo con su teoría de la relatividad cuando dentro de la sociedades científicas no era tomado en serio? Ludwig Van Beethoven también constituye un gran ejemplo ya que, poco después de presentar su primera sinfonía, a los 27 años, empezó a presentar sus primeros síntomas de problemas auditivos y, sin embargo, los entendidos refieren que sus mejores partituras llegaron a medida que esos problemas avanzaron, o cuando definitivamente se quedó sordo. La diferencia con otras personas es que, ante el mismo problema, ellos no se rindieron”.
También podemos pensar en ejemplos de resiliencia colectiva, es decir, luego de alguna guerra o alguna tragedia natural, toda la comunidad debe trabajar en conjunto para un mismo fin, primero salvando vidas y luego, reconstruyendo el lugar.
Strugo asegura que “quizás no todos seamos resilientes, quizás sea una capacidad que recién se despierta cuando la vida nos pone a prueba; de todas maneras, si desde niños se nos enseña a tener esperanza, se nos ayuda a trabajar más en ver la parte llena del vaso en vez de quejarnos e ir perdiendo recursos, es posible que todos tengamos mayor capacidad para ser resilientes o, al menos, más herramientas para enfrentarnos a las situaciones difíciles mejor parados y con la sabiduría de que todo lo que nos sucede, por más doloroso que sea, en algún momento se transformará (si estamos abiertos a ello) en experiencia y aprendizaje, porque cuando algo fuerte nos golpea ya no somos ni volveremos a ser los mismos”.
Ocho pasos para empoderarse
Esta capacidad se puede cultivar, y Liliana Zamora, directora del Centro de Coaching Sistémico, nos da algunas claves fundamentales.
- Confiar en uno mismo. Es importante conocer nuestras debilidades y fortalezas, porque nos ayudará a estar preparados. Esta es la mejor manera de afrontar los retos de la vida.
- Las adversidades ayudan a crecer. Es importante afrontarlas como una prueba más para ser mejores. No hay obstáculos insalvables, sino momentos difíciles.
- Ponerle humor a la vida. No siempre es fácil, pero ante las situaciones difíciles hay que relajarse y sonreír. Centrarse durante unos minutos en un recuerdo o situación que nos reporte pensamientos positivos es la mejor manera de ayudar a nuestra mente a reponerse.
- Ver las cosas de forma constructiva. De nada sirve darle vueltas a lo que ha salido mal, pues la mente se queda estancada en el sentimiento de culpa o frustración. Es mejor ponerla a trabajar.
- Pedir ayuda cuando se necesita. Por mucho que confiemos en nuestras capacidades, no hay que olvidar la importancia de dejarse dar una mano y de brindarla cuando alguien lo pide. Las personas resilientes no se encierran en sí mismas cuando llegan las adversidades, sino que demuestran ser capaces de pedir ayuda y de trabajar en equipo.
- Ser realistas. No engañarse, porque nos hace perder de vista los objetivos importantes. Hay que centrarse en lo positivo del reto que tenemos por delante.
- Evitar a las personas tóxicas. Para mantener una actitud positiva hay que rodearse de gente que transmita energía positiva.
- Ser flexibles. Que los cambios no nos asusten; ante la incertidumbre, hay que tener serenidad y paciencia, y saber adaptarnos para afrontar mejor las situaciones inesperadas.
¿A quién pedirle ayuda?
Más allá de la familia y amistades, se puede recurrir a diferentes alternativas. Recibir ayuda es crucial para construir resiliencia.
- Un psicólogo puede dar asistencia para desarrollar una estrategia apropiada para salir adelante.
- Un grupo de autoayuda y apoyo. Estos grupos comunitarios pueden ayudar a las personas que luchan con dificultades tales como la pérdida de una persona querida o una adicción. Al compartir información, ideas y emociones, las personas que participan en los grupos pueden ayudarse a sí mismas y encontrar apoyo al reconocer que no se encuentran solas.
- Libros y publicaciones escritos por personas que han manejado con éxito situaciones adversas, como sobrevivir el cáncer. Estas historias pueden motivar a los lectores a encontrar estrategias que puedan ayudarles personalmente.
La resiliencia es una capacidad que se puede cultivar. A veces, despierta cuando la vida nos pone a prueba.