Es posible que sientas que ya no podés mejorar, ascender o hacer nada “nuevo” en tu actual puesto de trabajo. Las vacaciones o un período inactivo pueden hacernos notar que no estamos en el lugar deseado o que ya perdimos la ilusión de un ascenso, y eso nos quita motivación. Es posible que, a corto o mediano plazo, empieces a sentirte a disgusto con todo lo que te rodea y eso no está bueno.
Matiana Behrends, directora de Gestión de Personas de Grant Thornton Argentina, recomienda no estar donde no nos sentimos cómodos: “Por más bueno que sea el trabajo, si sufrimos todas las horas que estamos ahí, claramente no es el lugar para uno, y tampoco será lo mejor para la empresa tener una persona tan descontenta. No hay una respuesta clara acerca de si es mejor un cambio de sector o la renuncia, ya que esto dependerá de cada caso y situación. De todas maneras, siempre lo recomendable es que, si vamos a renunciar por esto, no hacerlo desde el enojo o el malestar −ya que nunca es consejero de buenas decisiones−, y sabiendo cuál es el siguiente paso a seguir”.
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LAS ALARMAS
Si te sentís identificada con alguna de estas sensaciones, la venís pasando mal, te duele la panza cada día camino al trabajo, las vueltas del reloj parecen eternas, sentís que ya tocaste tu techo o simplemente querés dar un paso más en tu carrera, llegó el momento de cambiar. De igual forma si estás desmotivada, porque tu actitud dejará huella en todo lo que hagas. Es posible que no te sientas con ánimo de darlo todo en cada tarea o que completes tus proyectos de forma automática y poco pulida para “salir del paso”, y esto, incluso, afecta a tu prestigio profesional. Es hora de moverse.
Una vez que identifiques la situación, si ya hablaste con la persona correspondiente y no hay vista de conseguir mejoras, hay que preparar un plan de acción. “No lleguemos a que nos devaste la situación, ni a que explote y terminemos insultando a un jefe, un compañero o un cliente borrando de un plumazo un legajo impecable. No es conveniente, por donde se lo mire. Hay que preparar la retirada, y para eso, establecer un plan personal y privado. Tampoco amenazar con que ‘si yo me voy pasará tal cosa’: ese tipo de forma de avisar no es propicia”, aconseja la licenciada María Gabriela Fernández Ortega, miembro del Instituto Sincronía.
En líneas generales, antes de comentarle a alguien nuestras intenciones, hay que tantear qué otras posibilidades existen en el mercado. Fernández Ortega continúa: “Cuando la torta está cocida, avisar, cuando se tenga la entrevista asegurada y cerrado el trato. Tampoco renunciar de un momento para el otro, sino dar el tiempo prudencial, e irse de la mejor manera posible, ya que la información circula, la gente se conoce, y mucho más ahora con las redes sociales. Pero sí, es momento de tomar esa decisión y pegar el salto”.
Una buena forma de ponerse en acción es desempolvar el viejo currículum y modernizarlo con programas on-line que ofrecen plantillas muy fáciles de rellenar. Luego, bucear en la web y rastrear las empresas en las que nos gustaría trabajar y, por último, enviar correos personalizados a cada una de las personas encargadas del área de nuestra competencia.
EL APRENDIZAJE
Es importante destacar, en primer lugar, que esta experiencia debe dejarnos una enseñanza, porque no podemos salir intempestivamente de cada lugar −o situación, porque también aplica a la vida en general− cada vez que algo no nos guste sin haber, al menos, hecho algo para mejorarlo. Entonces, saber poner límites puede ser un buen puntapié para arrancar un nuevo trabajo con menos margen de error. Fernández Ortega recomienda: “Hay que aprender a poner límites: hasta acá sí, esto no me hace feliz, y ser claros con lo que nos pasa, porque si no, siempre vamos a terminar explotando allá donde vayamos, y esa salida nos ubica en un lugar poco afortunado”.
Y lo más importante a tener en cuenta es que uno es dueño de su desarrollo y de su carrera laboral, y como tal tiene que ser responsable en todas sus decisiones. Ni una empresa ni un trabajo van a hacer lo que uno no hace por uno mismo.
EL PULSO INTERNO
Según Matiana Behrends, el primer paso es definir lo que uno quiere y hacia dónde ir; es decir, responderse la clásica pregunta: ¿dónde me veo en los próximos cinco años? ¿Y en los próximos tres? Una vez que se hace foco, lo siguiente es definir acciones que ayuden a concretarlo. Esto es: pensar en lo que tenemos que aprender, las habilidades que hay que desarrollar, los ambientes que hay que frecuentar, etcétera. Todas las acciones que se lleven a cabo tienen que, de alguna manera, contribuir a ese plan. Cuando uno sabe qué quiere hacer, también hay respuestas que aparecen más fácilmente, tales como: ¿estoy satisfecha en este lugar? ¿Por qué no cambio o por qué debería cambiar?.