Casarse y tener hijos ya no es un plan ni un sueño a cumplir para todas las mujeres. “Mejor una buena soledad que una mala compañía”, les dicen las jóvenes a esas tías y abuelas que miran horrorizadas y se convencen entre ellas de que solo se trata de una moda pasajera. Aunque quizá, en silencio, no sean pocas las que las aplaudan por atreverse a tomar las riendas de su vida y poner en palabras –pero sobre todo en acción– lo que ellas nunca pudieron hacer. Es que no hace tanto tiempo atrás, esta capacidad de elegir cada paso que dan que hoy tienen muchas era algo impensado. “Solteronas” llamaban a las que no “conseguían” novio y se quedaban “para vestir santos”, viviendo en la casa de sus padres. “Neosolteras” se describe a las que, en la actualidad, disfrutan de su soltería. Sin dudas, las cosas cambiaron, ¡y cómo!
“Primero yo”
Ponerse como prioridad era, para las mujeres, algo impensado hace décadas. Después de ocuparse de los hijos, del marido y de la casa, quizá quedaba tiempo para una. Fue gracias a los derechos conquistados y a los lugares obtenidos a fuerza de voluntad que pudieron modificar el eje de su vida por completo. Así, ese proceso llamado “empoderamiento femenino” –tan mencionado por estos días– va equilibrando la balanza hacia la igualdad de género y les permite crecer y desarrollarse íntegramente, casi a la par del hombre. No es ajeno a estas conquistas el hecho de que ser una neosoltera o una soltera por elección no sea algo mal visto. La escritora española Carmen Alborch, en su libro Solas: gozos y sombras de una manera de vivir fue quien, en la década del noventa, describió este término como una “convicción de la persona cuya prioridad es el éxito profesional y económico, mas no el sentimental, es decir el de tener noviazgo o pareja estable”.
De este modo, con el tiempo, ese nuevo estado civil –en el que se puede estar sola, ser exitosa y vivir feliz– se constituyó en un modo de vivir la soltería, que prioriza la proyección académica y para el que la maternidad no constituye un deseo pendiente ni se les da lugar a los cuestionamientos al respecto. Además, las neosolteras disfrutan sin culpa de su independencia económica: gastan en viajes, ropa, diseño, tecnología, cursos y salidas con amigos. “Para construir nuestra identidad necesitamos recurrir a la introspección, el viaje interior, pensarnos seres libres y tener confianza en nuestras propias capacidades”, señala Alborch en su trabajo, entendiendo que también la soledad es parte del crecimiento para desarrollar la autoconfianza. En definitiva, con la soltería hay mayor posibilidad de planificar y perseguir objetivos personales individuales, desarrollando de manera más potente la resiliencia al tener que adaptarse sin ayuda a condiciones adversas.
Nuevas generaciones, menos tabúes
Con el tiempo, la presión social empieza a no hacer mella en las mujeres, y, por si fuera poco, investigaciones recientes les dan argumentos para quedarse en el bando de las solteras: según un estudio de la Universidad de Harvard, los solteros se sienten más autorrealizados a nivel personal; mientras que la doctora en Psicología de la Universidad de California Bella DePaulo llegó a la conclusión de que poseen un mayor sentido de la autodeterminación, esencial para el propio desarrollo. “Cambió la mirada y no hay que ir muy lejos. Es cierto que cada vez está más instalado que las mujeres pueden priorizar su carrera y su proyección académica, pero depende mucho del encuadre. Hay profesiones que son menos complementarias con la familia, que te proponen crecer en lo laboral y ya no son tantas las que dudan a la hora de elegirlo”, reflexiona la psicóloga Judith Kukiolka, quien observa que en muchos casos las mujeres se casan por un mandato y confiesa que ella misma se cuestiona el estereotipo de familia que le está transmitiendo a su hija. “Tiene que ver –dice– con la época y la cultura donde vivimos. El modelo seguramente en un futuro va a variar. Hoy por hoy, sirve para ordenar la sociedad. En unos años, va a haber muchas mujeres solteras, con o sin hijos”.
Sin embargo, no solo son cuestionadas las que eligen quedarse solteras, sino también las que llegan a los 40 años casadas o de novias pero optan por no ser mamás, simplemente porque no tienen ganas. “Si estás en pareja, pareciera que va de la mano con que tenés que tener hijos, y si tenés un hijo, por un tiempo no podés dedicarte más a vos. Eso está naturalizado y, si no lo hacés, está mal visto. Hay un gran porcentaje que logra derribarlo, pero son juzgadas por gran parte de la sociedad”, sostiene Kukiolka, enumerando mandatos inculcados desde la infancia, y reflexiona: “En cambio, a la que se casó y tuvo hijos nadie le pregunta si está con el hombre que ama. No se cuestiona socialmente y, de hecho, se percibe como algo correcto. ¿Quién puede asegurar que actuó siendo fiel a su deseo? Por eso, creo que estamos todavía a medio camino”, concluye. Y si bien es cierto que aún queda mucho por recorrer, a los milennials (aquellos nacidos entre 1980 y 2000), con su culto a la inmediatez, la valoración del espacio propio y la práctica del poliamor, no solo parecen no pesarles los mandatos familiares ni los tabúes sociales, sino que están empezando a ser, sin buscarlo, los responsables de iniciar los cambios que se vienen.
La ciencia colabora
Si bien hay mujeres que eligen quedarse solteras y saben que no tienen intención de formar una familia, a veces la soltería es una elección transitoria al no haber encontrado todavía al compañero adecuado para cumplir otros deseos. En estos casos, los avances científicos constituyen un aliado al ofrecer alternativas que permiten no estar corriendo detrás de reloj biológico.
Soltería no es lo mismo que soledad
Los neosolteros no proponen alejarse de las personas. Por el contrario, priorizan las salidas y los encuentros con amigos. De modo que, si el hecho de estar soltero se utiliza como modo de aislarse y evitar el contacto con otros, será una señal de alarma para identificar la existencia de algún otro tipo de conflicto.