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Adriana Vétere

En 2014, fundó Continuar Vida, una asociación civil que fomenta, educa e informa acerca de la importancia de la donación de órganos.

Adriana Vétere

“La sensación de estar haciendo bien es impagable”

En 2014, fundó Continuar Vida, una asociación civil que fomenta, educa e informa acerca de la importancia de la donación de órganos.

Al principio pensó en estudiar Psicología y después hacer Ciencias de la Educación o Psicopedagogía. Su deseo era trabajar con chicos. Pese a su apariencia de mujer fuerte y envalentonada, Adriana Vétere se dio cuenta de que no iba a poder ejercer: “¡Iba a llorar a la par del paciente, no tenía sentido tratar de ser psicóloga!”. Dejó la carrera, se casó, tuvo a sus hijos, Guadalupe (20) y Matías (14), trabajó en puestos administrativos, pero el anhelo de vincularse con la niñez seguía rondándole. Abrió las puertas de un local de ropa infantil y, más tarde, en 2008 cambió su rumbo y se sumó a la empresa que su marido empezaba a formar, y su vida laboral se encaminó. Sin embargo, ella sentía que le faltaba una pieza al rompecabezas personal y se sumergió en una búsqueda espiritual que la llevó a cursos, talleres y charlas de lo más variados.

Hasta que, en 2012, apareció en su Facebook un grupo que se llamaba “La pandilla continúa… El capitán es su vigía” y que posteaba la foto de Renzo: tenía dos años y necesitaba un trasplante de corazón. No sabe explicar el impacto que le produjo esa carita y menos aún cómo la motorizó: fue al Hospital Garrahan, donde estaba internado, y se acercó a su familia. Allí encontró a Maia, a Franco, a Sebastián, otras criaturas que esperaban un trasplante de órganos

La misma persona que no había podido ser psicóloga porque le costaba distanciarse de los dramas de la vida, de pronto, se relacionaba con diagnósticos que imprimen urgencia y un dramatismo contundente. “Muchas veces lloré por la partida de Renzo y de muchos otros que conocí. Por eso, en general, no voy yo al hospital, soy más útil manejando la administración de la fundación. Sin dudas, el amor, la gratitud y la sensación de estar haciendo bien es impagable, a pesar del dolor”.

Aquí y ahora

Al poder manejar inteligentemente sus límites, transformó la impotencia en una acción amorosa, constante y cada vez más comprometida. “Primero éramos un grupo de Facebook en el que se hacían cadenas de oración, abrazos solidarios o difusión de los casos. Después, algunos nos propusimos acciones concretas: repartir cajas de Navidad, pañales y alimento a quienes necesitaban. Nos quedaba pendiente difundir la necesidad de la donación de órganos”.

En 2013, se sumó Juan Pablo Pino, papá de Antonia, “Tota”, que con un año y medio, necesitaba un trasplante de intestino. Si bien la pudieron operar, no logró superar el procedimiento. “Juan Pablo nos dijo que quería seguir adelante porque Tota había tenido su segunda oportunidad y así tenía que ser para el resto de los chicos. Así que avanzamos con la papelería y en febrero de 2014 conformamos legalmente la Fundación Continuar Vida. Nos acercamos al Incucai y también al banco de sangre del Garrahan, creado por la doctora Silvina Kuperman”.

Una vez por mes, Continuar Vida hace campañas públicas de donación de sangre y de médula. También acompaña emocional y materialmente a familias que tienen a sus niños internados y están en tratamiento por enfermedades prolongadas. Porque muchas veces, los papás llegan a la capital desde cualquier punto del país en un avión sanitario y solo con lo puesto. La cobertura médica alcanza al chico enfermo y a un adulto, pero estas situaciones patean el tablero en todos los sentidos. Suelen perder el trabajo o sufrir las consecuencias de dejar a parte de los integrantes de la familia a la distancia.

Por eso, la filosofía de Continuar Vida es estar atentos y apoyar en el trance. “Más allá de los resultados, nosotros acompañamos en ese mientras tanto: les llevamos regalos, festejamos cumpleaños, jugamos con los chicos y atendemos requerimientos de comida, ropa, muebles o alojamiento. Para que el Estado nacional, municipal o provincial responda, hay que estarle muy encima, y los papás no tienen ese tiempo ni energía, ellos deben dedicarse a sus hijos. Ahí hacemos de nexo entre quien tiene la necesidad y quien tiene la solución”.

Sin más soporte que la donación de los particulares, están tramitando la exención de ganancias para empezar a golpear la puerta de las grandes empresas. “Nos gustaría tener nuestra sede porque hoy las donaciones que recibimos están repartidas en nuestras casas y a veces tenemos que rechazar un colchón, por ejemplo, por falta de lugar. Dispuestos a soñar, quisiéramos disponer de dos o tres habitaciones donde poder alojar a alguna familia que lo necesite y dar asesoría legal y psicológica y un apoyo escolar para los hermanitos que pierden clases; algo similar a la Casa Garrahan, un poco más descontracturado, porque allí solo pueden estar el niño y una mujer de acompañante”.

Ni Adriana, ni Claudio Rizzuto, ni Lucía Kwist –tres de los cuatro motores de la fundación, además de Juan Pablo− han sufrido en sus historias personales la angustiante espera por un órgano. Para Adriana, el compromiso con la causa se sintetiza en una sola palabra: felicidad. “A veces me digo que no hago tanto para recibir semejante cariño de la gente, no hay relación entre lo que das y lo que recibís; la ecuación es desigual”.

Cómo ayudar

Para hacer llegar tu donación o contactarte con Fundación Continuar Vida, ingresá a: www.fundacioncontinuarvidas.org

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