Para muchos, es moneda corriente despertarse, encender la pantalla del celular y encontrarse con un centenar de notificaciones: los “me gusta” de Facebook, los retweets en Twitter o un comentario en su foto de Instagram. La forma de comunicarnos cambió para siempre y, mientras nos adaptamos, también debemos aprender a lidiar con la parte no tan divertida, la que nos devuelve la sobreexposición: la mirada y la crítica del otro. Ya sea desde el chat de madres del colegio hasta el grupo familiar, parece que siempre hay alguien que tiene algo para decir, para criticar, para argumentar sobre aquello que exponemos. Y muchas veces no tenemos ganas de hacernos cargo de opiniones ajenas.
“Las redes sociales son la versión tecnológica e informática de lo que concebimos como una ventana. Y como tal, al abrirla logramos ver a través de ella, vemos hacia afuera, pero a la vez, estamos siendo vistos”, explica Claudia Quiroga Daldi, miembro de la Asociación Argentina de Counselors. “En muchas oportunidades podemos sentirnos halagados, contentos, apoyados, queridos y aceptados, pero además, es posible que podamos sentirnos afectados, alcanzados por un juicio, maltratados por una opinión, rechazados por la indiferencia, allanados u ofendidos”, detalla la especialista. Por qué nos afecta tanto la mirada del otro y qué hacemos para revertirlo sería lo primero que deberíamos preguntarnos para desenrollar este ovillo que tanto nos asfixia.
Aprender a protegerse
En las primeras etapas de desarrollo, la mirada del otro es importante, porque nos constituye como seres humanos. Los bebés se terminan de introducir en el universo de la cultura a la que pertenecen a través de la mirada de la madre, ya que de ella depende que una persona se convierta en un ser independiente, interesante; o débil y vulnerable. Crecer y madurar es también ir dejando de estar pendientes de esa mirada. El autoconocimiento y el trabajo activo en materia de autoestima y de autoimagen son muy importantes para discernir cuánto, cómo y por qué me afecta lo que me afecta, cuánto de eso es una devolución subjetiva de un otro y cuánto de lo que “nos hacen sentir” está en nosotros mismos.
Quiroga Daldi asegura que “es importante discernir entre aquello que mostramos y el valor que para nosotros tiene. Otra señal de que estamos otorgándole a esa ventana mayor relevancia de la saludable es el tiempo. ¿Cuánto tiempo le dedicamos? Si nos respondemos que es mucho, probablemente sea demasiada la información que estemos dando y tomando y, en esa misma proporción, sea la importancia que le estemos dispensando”. Las redes sociales no son buenas o malas, sino que esa característica la adquieren de acuerdo con lo que signifiquen para cada uno de nosotros, el lugar que les demos, los tiempos que les dediquemos y el valor que les otorguemos.
El empoderamiento interior
Cuando las personas sienten insatisfacción por su vida, tienden a revisar perfiles de otros que consideran menos exitosos o atractivos; en este proceso, el usuario resignifica sus propias experiencias y atribuye una valencia positiva a su vida; así, reafirma su autoestima y regula su estado emocional. La doctora María Florencia Albornoz, médica de planta del Servicio de Psiquiatría del Hospital Italiano de Buenos Aires, asegura que también podemos confundirnos sobre lo que somos y lo que queremos ser: “las redes sociales nos dan poder, ya que brindan control sobre los aspectos de nuestra vida que deseamos resaltar. Así se construye una personalidad virtual en función de los momentos que compartimos; armamos un conveniente timeline de eventos estructurados, editados y procesados. Cuando escogemos la foto de nuestro perfil y decidimos qué eventos queremos compartir, le estamos dando un sentido a nuestras vidas, y en este proceso construimos la identidad que deseamos proyectar al mundo”.
Al mismo tiempo, a diferencia de lo que ocurre con las conversaciones, correos electrónicos u otras formas de comunicación, en la vida virtual siempre tenemos el poder de hacer cambios: nosotros decidimos cuándo borrar un comentario, cuándo cambiar una foto o bloquear a una persona. Puede que la vida real no tenga un botón de edición, pero las redes sociales nos permiten enmendar errores con un clic.
“Una de las cosas que sugiero sería intentar exponer mucho menos nuestra intimidad; ese aspecto profundo de una persona que comprende sentimientos, vida familiar o relaciones de amistad con otros tiene un gran valor, y ese valor se lo damos cada uno de nosotros”, recomienda, y cuenta que al exponernos a la opinión de los demás, condicionamos nuestros actos y nos podemos confundir en relación con lo que sentimos y pensamos. “Si a muchos les gustó la foto que subí, entonces debe haber estado bueno lo que hice; en cambio, si no recibí tantos likes, entonces quizás no estuvo tan bien. Y así entramos en un mundo donde todos forman parte de nuestra vida y nosotros dejamos de ser protagonistas para que los seguidores tomen el control de nuestras emociones, con el riesgo que esto implica”, asegura. Conectarse verdaderamente con lo que hacemos, muchas veces, implica que eso que hacemos permanezca en la intimidad, que no haya voces que nos confundan, opiniones que dirijan nuestros siguientes pasos o comentarios que condicionen.
3 puntos a tener en cuenta
Si mi emoción cambia con un like o mi dolor aparece con el decir de otro, llegó el momento de recurrir a nuestro propio buscador y salir de esa situación. Estos tips pueden ayudar.
Poner el foco en uno mismo y buscar actividades gratificantes para que nuestro bienestar tenga más que ver con nosotros que con los “me gusta” que recibimos. Algunas opciones: cursos de cosas que nos interesen, talleres, deportes y todo aquello que esté relacionado con el desarrollo personal.
Construir relaciones virtuales con personas respetuosas y que nos aporten algo positivo a nuestras vidas, para evitar comentarios que nos puedan incomodar o agraviar.
Preguntarse, cada vez que abrimos la ventana de nuestra intimidad: ¿qué buscamos? ¿Qué le miramos al mundo? Y, a la vez: ¿qué le mostramos de nosotros? ¿Qué le contamos a ese “afuera”? ¿Nos ayuda ese intercambio? Nos afecta, nos modifica, pero ¿para estar mejor?
Asesoró: Doctora María Florencia Albornoz.