La mayoría de las personas alguna vez en la vida experimentamos el amor y, cuando lo vivimos, palpamos de cerca la plenitud y el gozo. Al parecer, este potente sentimiento no solo controla lo que sentimos hacia otras personas −o hacia otros seres vivos− sino que además nos ayuda a estar sanos. Esto es lo que demuestran los estudios que cita la Fundación Española del Corazón, en los cuales se señala que este sentimiento reduce los riesgos de padecer enfermedades cardiovasculares y contribuye a extender la esperanza de vida. Entre otros de sus insospechados beneficios está la reducción de la presión arterial y la disminución de la ansiedad. A su vez, la Federación Mundial del Corazón comprobó que el entorno afectivo ayuda a mejorar la respuesta de los pacientes frente a tratamientos para enfermedades como el cáncer, la diabetes o las cardiopatías. “Cuando tenía 30 años tuve una enfermedad muy grave. Pasé momentos muy duros. Al poco tiempo y durante el tratamiento, conocí a Rubén, quien es hoy mi marido. Es increíble cómo empecé a mejorar a partir de estar con él. El cambio lo noté desde lo anímico y en mi salud. Hoy ya estoy curada”, cuenta Evangelina Rojas, que comprobó que un buen equilibrio entre medicina y amor sana. En el caso de dolencias graves, también hace más llevadero el tránsito por la enfermedad.
“Los beneficios del amor están relacionados con la calidad de los vínculos sociales”, explica la psicóloga Lucía Loureiro, y agrega: “algunas investigaciones demuestran que las personas felizmente casadas viven más años que las solteras. El amor, en ese sentido, está ligado a la disminución del riesgo de enfermedades cardiovasculares, depresión, ansiedad, manejo del estrés y mejora de la presión sanguínea”.
Pero ¿cómo tiene que ser ese amor para ser sanador? Amar no significa estar en pareja. Son los vínculos sociales los que están asociados a los beneficios en la salud. “Es importante entender que todos venimos del amor. La primera relación que tenemos en la vida es con un referente que nos ayuda a saber quiénes somos. Esa figura es dadora de amor incondicional. Cuando no existe ese apego positivo, se generan grandes heridas”, señala el psicólogo Santiago Montiel. Los vínculos que son positivos nos hacen sentir amados, respetados y valiosos. De esa forma nos sentimos más seguros, logramos una mayor autoestima y más ganas de vivir. “Tampoco hay que olvidar que la salud también genera amor. Existe una retroalimentación entre ambos, ya que la salud implica un cuidado que tiene que ver con el amor”, sostiene Montiel.
Entonces, el amor nos enseña a mirarnos de manera positiva y a descubrir nuestras fortalezas. Este el caso de Susana Ceballos y su marido, Ernesto Goenaga: “Hasta que lo conocí, yo padecía un ‘complejo de inferioridad crónico’, que él curó. Todo el mundo criticaba mi frontalidad, algo que me causaba algunos problemas. Sin embargo, él no vio eso como algo oscuro; al contrario, su mirada amorosa encontró sinceridad donde otros veían agresividad; llamó espontaneidad a los que otros calificaban de desubicación. Cambió mi vida sin cambiarme a mí. Compañeros de facu que me conocieron antes de él me dicen qué me ven bárbara, si es que hago psicoanálisis o tomo alguna medicación. Y sí, tomo algo que se llama ‘quiero y me quieren’”.
No se puede vivir sin amor
Hasta acá pudimos entender que el amor es un excelente aliado de la salud, pero ¿qué pasa cuando carecemos de él? Loureiro y Montiel coinciden en que no se puede vivir bien sin amor, sin afecto y motivaciones por algo o alguien. “El amor es lo único importante, es lo que le da sentido a nuestra vida; por eso es fundamental conectar con lo que amamos y actuar en base a eso”, sostiene Loureiro. Esto no significa que necesitemos un amor romántico para vivir plenamente, sino enfocarnos en eso que amamos, que nos fortalece día a día. Ese es el caso de Lucía Garay, que es ceramista y trabajó muchos años en un banco. “Fui muy infeliz durante todo el tiempo que pasé detrás del escritorio. Siempre somatizaba, me enfermaba, no me bancaba ese trabajo con tanto estrés. Yo sabía que no era lo mío, pero me costaba entender qué era lo que me apasionaba. Un día, recorriendo vidrieras observé una jarra de cerámica y me enamoré de esa profesión. Empecé a estudiar hasta que me la jugué, renuncié y hoy vivo con lo que sale de mi taller. Aunque gane menos plata, me siento feliz”, cuenta.
La principal conclusión, entonces, es que se puede sobrevivir, pero no vivir bien sin amor. “Cuando miramos a nuestro alrededor y vemos que algunos viven mal, podemos notar que tiene que ver con la ausencia de amor, con el maltrato, la indiferencia, el egoísmo, y eso genera mala calidad de vida”, asegura Montiel.
¿Qué amar?
Generalmente, lo primero que asociamos a la palabra amor es el romance y la pareja, pero esto es muy peligroso. “Creer este tipo de mito puede causar mucha infelicidad, y llevarnos a tener una mirada estrecha del amor en vez de todo el abanico de áreas de nuestra vida de las que puede ser parte”, alerta Loureiro. El amor es mucho más amplio y puede involucrar amigos, vecinos, animales, profesiones, hobbies, plantas, legados… La lista es infinita. “Una persona puede amar a sus mascotas y también va a notar mejoras en su vida personal. Se va a manejar con menor estrés, va a tener mayor tolerancia, mayor aceptación”, explica Montiel. En ese sentido, es interesante lo que plantea la película El año del perro, de Mike White, que suelen transmitir por cable. Su protagonista pasa de cuidar a su mascota a hacerse vegana y activista por los derechos de los animales. Su entorno cree que enloqueció, sin embargo, la película plantea que lo que para algunos es anormal no es más que mucho amor y que ese amor puede canalizarse en una mascota, pero también en una pareja, en una religión o en otra cosa que nos haga sentir plenos y felices.
Por lo tanto, no es esencial que el sentimiento se dirija a una pareja porque, en la medida en que tengamos una relación amorosa con nosotros mismos y con nuestro entorno, todo va a ser mejor. Recibir y dar amor, ese que está ligado a la intimidad, al compromiso, al afecto y a la compasión, es lo que nos ayuda a dar sentido a la vida. “El problema sucede cuando pensamos el amor ligado a una necesidad, o al amor del otro como solución a nuestra infelicidad. Ahí no estamos hablando de amor. El amor nos ayuda a mejorar cuando lo pensamos como una acción valiosa, no cuando es pensado como una emoción que va y viene, o como una necesidad”, explica Loureiro, y luego indica: “por eso es importante elegir que nuestras acciones estén motivadas por el amor y no por cómo nos sentimos en un momento dado”.