Destacado

Josefina Martorell

Josefina Martorell tiene 37 años y es la directora general de la oficina de Médicos Sin Fronteras (MSF).

Josefina Martorell

Atendemos a personas invisibilizadas

Josefina Martorell tiene 37 años y es la directora general de la oficina de Médicos Sin Fronteras (MSF).

Josefina Martorell estuvo en Níger, República Democrática del Congo, República Centroafricana y Sudán del Sur, entre otras misiones de Médicos Sin Fronteras (MSF). Pero desde fines de 2018 dirige la oficina de este organismo para América del Sur de habla hispana. Es la primera vez que la cabeza de esa organización en la región no está en manos de un europeo. Esta argentina tiene otra particularidad: es licenciada en Economía. Por eso, cuando en 2009 conoció la acción de MSF y se maravilló con su obra, pensó que su perfil profesional quedaba fuera de esa organización. Pero como todas las misiones tienen una coordinación financiera, encontró su lugar para ser parte: “Nuestros recursos provienen en un 97 por ciento de donantes particulares, así que es muy necesario que aseguremos la transparencia de cada operación”, explica.

Todo un giro. Desde antes de recibirse, Josefina trabajó en una empresa de transporte de gas. Llegó a ser analista de Finanzas pero sentía que esa posición no la terminaba de gratificar. Recuerda cómo, en medio de reuniones con accionistas, se preguntaba qué estaba haciendo ahí, y también que no podía imaginarse pasar toda su vida profesional en una empresa en la que solo algunas personas se enriquecieran. Aunque claro que en esos momentos tampoco imaginó que diez años después de obtener su título dirigiría una organización de la importancia de MSF. La cuestión fue que, en un intento por redireccionar su futuro profesional, en 2009 viajó a Barcelona para hacer una maestría en Relaciones Internacionales. Entonces empezó a escuchar sobre la labor de MSF y a conocer gente que pertenecía a la organización. “Trabajar para las personas más vulnerables del mundo realmente me interpelaba”, dice. Así que ni bien se enteró de que como economista también podía postularse, lo hizo. Tuvo que pasar por un proceso exhaustivo de reclutamiento, en el que le tomaron examen de idioma y de finanzas.

Seis meses después, en junio de 2011, cuando ella ya estaba de vuelta en Buenos Aires, sonó el teléfono: había sido aceptada y debía volver a Barcelona para hacer un curso de dos meses. Una vez allí, le encomendaron su primera misión, cinco meses en Congo, que terminaron siendo quince. “Me modificó de manera sustancial conocer otra realidad con necesidades bastante más agudas que las que existen en nuestro país. Lo que vi en Congo fue algo completamente distinto, enfermedades olvidadas y personas olvidadas que no tienen voz. Si no estuviera MSF, esa gente no tendría ninguna otra posibilidad de acceso a la salud”. Regresó con otra perspectiva y muy cansada, porque cosas básicas como bañarse implican un gran desafío (tenía que hacerlo con baldes) y no había luz si no era por el grupo electrógeno, que funcionaba pocas horas al día. Pero a los dos meses de llegar, emprendió viaje a Níger. Las misiones siguieron multiplicándose.

“Me modificó de manera sustancial conocer otra realidad con necesidades bastante más agudas que las que existen en nuestro país”.

Determinación

No dudó de su decisión ni siquiera cuando en Sudán del Sur estalló un conflicto interno y el campo de desplazados donde MSF había montado un hospital de campaña quedó atrapado entre las dos facciones que se tiraban misiles y ella debía refugiarse en unos containers a cierta profundidad que funcionaban como búnkers. Confiesa que sus replanteos no fueron por miedo sino por impotencia: “A veces te frustrás porque intentás hacer todo y parece que no es suficiente, pero hay que seguir, porque si no estamos ahí esa gente no tiene a quién recurrir”.

Cuando a fines de 2018 le ofrecieron ser directora de la región, redobló el compromiso y el orgullo. “Me genera una responsabilidad inmensa ser la cabeza de la organización en esta parte del mundo. Las personas anteriores a mí no eran de Latinoamérica, así que es una apuesta por llevar la visión de la región al resto del mundo, un honor”.

Josefina cuenta que en las misiones a veces se ven las peores miserias del ser humano, crímenes atroces, guerras y conflictos sin sentido o con sentidos mucho más ocultos y oscuros de lo que parecen. “Pero también se hace evidente la capacidad de resiliencia del ser humano, gente que sale adelante habiendo vivido las cosas más duras. Nuestra apuesta es a que los donantes particulares apoyen a la organización no solo con dinero sino también replicando el mensaje. Periódicamente les mandamos noticias de lo que sucede en las misiones y ellos pueden ser una caja de resonancia si lo comparten con sus familias o lo hacen circular en redes sociales. Es fundamental para darles visibilidad a personas y enfermedades que son invisibles a los ojos de la mayoría”, afirma.

¿Cómo ayudar?

Para colaborar con MSF en su labor en contextos de crisis humanitarias, conflictos armados, catástrofes y epidemias se pueden hacer donaciones por única vez o asociarse. Un aporte al mes de $500, por ejemplo, permite vacunar contra el sarampión a 36 personas. www.msf.org.ar

seguí leyendo: Destacado