No es lo mismo comer rápido y apurado, que tomarse el tiempo para hacerlo. Tampoco la comida cae igual en el marco de una discusión que cuando el ambiente es agradable. Pero ¿de dónde sacar el rato cuando hay que ir a buscar a los chicos al colegio, para llevarlos, de inmediato, a otra actividad? ¿Es posible posponer un pedido urgente de trabajo, porque este llega en la hora del almuerzo? Y ¿cómo explicar que es conveniente evitar los altercados en la mesa familiar del domingo? Si bien es cierto que las obligaciones y las costumbres, muchas veces, les dejan poco espacio a los momentos del día en que nos alimentamos, también es una realidad que una mala alimentación (tanto en su contenido como en el modo de hacerlo) tiene efectos directos para la salud.
¿Qué significa “comer bien”?
Frente a la necesidad de dar respuesta a los problemas físicos y mentales derivados de la velocidad y tensión con que se vive a diario, surgió y se expandió una práctica que propone trabajar la atención plena sobre el momento presente, y que incluye el hacer consciente el acto de comer. Lo cierto es que con menos tiempo y más actividades que requieren atención, se fue perdiendo de vista qué es lo que ingerimos. “Comer de forma saludable significa incorporar una variedad de alimentos que nos brinden los nutrientes que necesitamos para mantenernos sanos, tener energía y evitar enfermedades”, explica la nutricionista Ailin Giacone, y señala que “prestarle atención a la alimentación disminuye la posibilidad de enfermarnos”.
Para comenzar a alimentarse a conciencia hay que empezar por saber si lo que se incorpora es lo que cada uno necesita. Para ello, según la especialista, la alimentación debería adaptarse a las cuatro leyes del doctor Pedro Escudero, quien es considerado el padre de la nutrición: cantidad −suficiente para cubrir las necesidades calóricas del organismo−; calidad −ofrecer al organismo todas las sustancias que lo integran y necesita−; armonía −relación de proporción entre las cantidades de los principios nutritivos−; y adecuación −al organismo, a las patologías y a los momentos biológicos, entre otros−. Una vez elegidos los alimentos, llega el momento de apagar el piloto automático. La boca, aunque lo olvidemos, es el órgano donde comienza el proceso digestivo.
La relación con la comida
Establecer una dinámica consciente y placentera con los alimentos implica realizar un trabajo de reflexión interno. Con el paso del tiempo, la manera de comer se carga de un componente emocional, que, incluso, puede derivar en atracones, obesidad u otros trastornos alimenticios. Por eso se sugiere, primero, recuperar la gratitud hacia el cuerpo y su capacidad de nutrirse. “Para cualquier hábito que queramos cambiar, la raíz es trabajar con nuestra mente”, refiere la creadora de la propuesta “Live Work & Joy”, Marcela D´Ambrosio, con conocimiento de causa, ya que antes de ser entrenadora ontológica e instructora en mindfulness estaba a cargo del área de recursos humanos en una importante empresa. Recuerda que vivía, entonces, acelerada y comía mientras trabajaba. Hoy come lento y menos.
Según D´Ambrosio, la alimentación consciente es un acto de conciencia plena. “Alimentarse presente –define− es estar atento en el acto de comer. Al empezar a practicar la meditación mientras uno come, el ritmo baja, se desacelera. Es respirar, estar ahí, sintiendo los sabores. Quizás al principio es exagerado, pero después termina siendo un estilo medio; no vas a estar dos horas comiendo pero tampoco vas a atracarte sin saborear. Te vas a dar cuenta cómo hay ciertos alimentos que te caen de una manera y otros de otra”. A su vez, advierte que “si en algún momento volvés a comer con un ritmo desenfrenado, te impacta automáticamente en cómo te sentís”. El objetivo es hacer del momento de comer una rutina más sana, así como más relajada.
Giacone coincide en la importancia de poner total atención a la experiencia de comer, eliminando pensamientos que nada tienen que ver. “Hay que empezar a reflexionar de dónde viene el deseo de comer. ¿Es hambre verdadera o emocional? ¿Tengo otro tipo de necesidad insatisfecha?”, reflexiona, y también señala: “No es lo mismo comer pensando que uno va a engordar, que no debería, contando calorías, especulando en que no debo mezclar; que hacerlo con un pensamiento de gratitud”. D´Ambrosio define esta práctica como un camino de ida: “Como no es algo sencillo en medio de la ciudad, te saca de una comodidad inicial. Uno ve cómo va eligiendo, hasta dónde puede y quiere”.
El tiempo dirá si la propuesta logra establecerse o si se trata de una moda pasajera, pero las especialistas destacan el valor de revisar los hábitos automáticos que resultan perjudiciales para la salud. “Cada vez que experimentes −señala la coach− el placer de comer con atención, vas a querer permanecer despierto a las otras actividades de la vida. Cuando uno comienza a tomar conciencia, empiezan a sumarse las aristas. Es un cambio totalmente posible, pero tenés que tener compromiso y disciplina”. A su vez, la nutricionista aporta otro condimento: la paciencia. “Para modificar la alimentación no es útil una motivación superficial, sino una salud real, un bienestar más allá del peso que nos indique una balanza”, subraya.
¿Cómo dar el primer paso?
“Lo primero es hacer alguna de las comidas dedicándole un poco más de tiempo de lo habitual, y comer más lento, respirando profundo (inhalando y exhalando varias veces). Eso nos da la pausa”. Sugiere percibir las emociones y pensamientos que surgen, sin juzgarlos; prestando atención a las texturas, colores, aromas y sabores de los alimentos.
* Según Marcela D´Ambrosio
Animate a practicarlo con los niños
La alimentación consciente también puede ser adoptada por los más chicos de la familia. Quizás, incluso, la incorporen más rápido que los adultos, dado que ellos tienen una relación natural con la comida, así como con las sensaciones de hambre y satisfacción, y sus emociones están menos vinculadas al hecho de comer.
“Cuatro leyes: cantidad, calidad, armonía y adecuación.”