En ocasiones los sueños se cumplen, aunque todo se desmorone. El sueño, esa imagen idealizada que uno se arma sobre un futuro deseado, puede no ocurrir, sucumbir ante los golpes que a veces nos emboca la vida. Pero todo puede estar bien igual. Juntando los pedazos de anhelos destrozados, en ocasiones lo que se arma es incluso mejor que lo que se rompió.
“Si quieres ver reír a Dios, cuéntale tus planes”. Andrea Estévez repite una frase que la acompañó siempre, y que identifica tanto su recorrido profesional como su reciente maternidad: luego de años de dedicarse a la danza, una lesión puso punto final a su carrera de bailarina, aunque no logró marginarla del mundo artístico.
A lo largo de los años, Estévez se convirtió en una polifuncional del medio, capaz de hacer una nota buceando con tiburones (en Conexión); vender todo tipo de productos (en los envíos de TeVe Compras); llevar adelante magazines (en Distendidos); bailar o patinar por un sueño; actuar en teatro, cine o televisión; o consagrarse Miss Argentina (lo hizo en 2001).
Todo comenzó a los cuatro años: luego de ver bailar a Julio Bocca, decidió que sería bailarina. Bailó en el Teatro Colón y, a los 16 años, se fue a la escuela del American Ballet, en Nueva York. Tres años allí en franco crecimiento la acercaron a un contrato con el Boston Ballet, donde finalmente no conseguiría bailar: vino al país por las fiestas de fin de año, extendió la estadía para pasar también su cumpleaños con amigos y familiares, y se fracturó el pie saltando a la pileta. Poco después, todavía en rehabilitación, se quemó ese mismo pie con agua caliente y ya no pudo retomar el ritmo ni el nivel que tenía. A los diecinueve años, la danza clásica se terminó.
«Ser bailarina era estar arriba de un escenario, y eso era lo que yo quería. Mientras me recuperaba, con la idea de seguir bailando, empecé a estudiar teatro con Agustín Alezzo. El ballet es una profesión que te pide mucho y que no te promete nada. Encontré esta pasión, que me llevó al escenario por otro camino, que también me costó, porque yo estaba acostumbrada a expresar desde la música y el movimiento. De golpe, había que plantarse y poner la palabra en el escenario. Empecé a trabajar otras cosas que me divierten. Hoy en día le puedo poner el cuerpo a todo, incluso al ridículo, y eso la bailarina clásica no lo tiene.»
¿Sentís que te da un campo de expresión mayor?
Sí, absolutamente. Me gusta esto de jugar, de buscar en otras personas. Creo que hay que tener dos cosas, no sé si para ser buena, pero sí para encarar esta profesión: ser observadora y curiosa. En la calle, en el subte, en todas partes hay tantos personajes… A veces me llama la atención alguien y pienso “Ese es un personaje interesante para hacer”. Por lo gestual, por la forma que tiene de moverse. Me lo grabo en la cabeza y después lo practico frente al espejo.
“Hoy en día le puedo poner el cuerpo a todo, incluso al ridículo”.
¿Fue fácil el pasaje entre el mundo de la danza y lo que vino después, más popular?
No, fue muy difícil desde la disciplina. El ballet tiene horarios, rutinas, entrenamientos. El medio no se maneja con tanto respeto hacia los directores, no se maneja con tanta disciplina en horarios. Esas cosas me costaron un montón. Una vez, en el Colón, llegué cinco minutos tarde a la clase con Héctor Zaraspe. Él estaba mirando hacia otro lado, entonces me paré en la barra para que no me viera. Terminamos esa parte y él aplaudió cortito para callar al piano. Dijo “Estévez, usted recién llega”. Yo le dije que se me había ido el tren justo cuando salí de casa y me cortó: “No explique nada, no hay ningún problema. Usted vaya hoy a su casa y mañana salga media hora antes para que no se le vaya el tren. Este horario ya es tarde”. Me fui a las duchas del teatro y lloraba. Me quedó súper marcado, me dije que nunca más me iba a pasar.
En julio de 2016, Andrea y el empresario gastronómico Juan Manuel García cortaban su relación (por entonces, de nueve meses) y sus planes en conjunto, que incluían formar una familia, la compra de una casa en Miami y la consecuente mudanza a esa ciudad. Allí nació Hanna, la hija de ambos, en un momento en el que la pareja ya no existía: Andrea no soportó una serie de situaciones y decidió alejarse. Tres meses después del nacimiento, ambas volvieron a Argentina.
Siempre fui muy Susanita: soñaba con la familia, el matrimonio, los chicos, el perro, la casa… Todo lo que es ideal en la cabeza, pero que en la vida muchas veces no sucede, porque depende de circunstancias, personas, acciones. Me di cuenta de que uno puede planear e imaginar las cosas de la manera que sea, pero después viene la vida y te acomoda.
Esa situación ideal no es la que finalmente se te dio…
Sí, no es como lo que soñé. Para bien y para mal, porque la maternidad tampoco es como pensaba. Imaginaba que iba a ser hermosa, y que tener un hijo iba a ser un amor muy grande, pero no me imaginé que iba a ser tan grande. No hay forma de imaginártelo si no sos madre. Hoy no amo a Hanna igual que cuando nació. La amé un montón, pero hoy la amo mucho más. Me agarra un cierto miedo, porque no sé cuánto más puede crecer este amor, y cuánto puede crecer la responsabilidad. Pienso en cuánto compromiso hay en mis brazos y me cuido mucho más hoy que lo que me cuidaba antes. Ahora está ella esperándome.
Por un lado, te mostrás fuerte para ella, pero al mismo tiempo a vos te pasan cosas que te desestabilizan, ¿cómo se vive esa contradicción?
Yo me acuerdo que no quería que ella me viera llorar, aunque era inevitable: ella estaba tomando teta mientras yo me secaba las lágrimas. Hoy, con el tiempo, me di cuenta de que es en vano, porque los chicos tienen un lazo tan fuerte con la madre desde el momento de nacer que estoy segura de que ella sabía todo. Me tocó esa etapa, que no puedo cambiar. Sé que a Hanna le enseñé desde que nació, con estas decisiones, a valorar, a quererse, a no estar en ningún tipo de situación por el solo hecho de estar. Le enseñé valores de vida.
¿Cómo fue volver a los cuarenta años a la casa de tus viejos?
Estuve muchos años viviendo fuera de la casa de los viejos, pero entendí que en esta etapa necesito, y necesitamos las dos, mucho de su ayuda. Necesitaba salir a trabajar porque ella depende solo de mí, y no se la quiero dejar a nadie más que a mi mamá y mi papá. No fue nada fácil, pero no me arrepiento de nada. Además, me acuerdo mucho de cuando era chiquita y crecía con mis abuelos maternos. Me gustó mucho y me marcó, entonces, ¿por qué no puede ser un buen camino para Hanna también estar cerca de sus abuelos?
“Siempre fui muy Susanita: soñaba con la familia, el matrimonio, los chicos, el perro, la casa…”
Sos de compartir muchas fotos con ella en redes sociales, ¿en algún momento te planteaste si era conveniente o no hacerlo?
No, en ningún momento. Decidí dos cosas: subir fotos de ella y darle picos hasta que me diga “Basta, mamá”. Me encanta subir una foto de ella y leer los mensajes de la gente o ir por la calle con ella y que la saluden y le digan lo hermosa que es. A raíz de lo que pasó, la gente se acerca más, y a brindarle amor. Si hay algo que no le falta es amor.
¿En qué sentís que te cambió su llegada?
En todo. Nunca más en la vida voy a estar sola, y me emociona. Es todo. Hoy no me puedo imaginar la vida sin ella, y no quiero tampoco una vida así. En todos los planes a futuro está ella, desde lo más simple y cotidiano hasta cuestiones más grandes.La charla termina antes de la siesta de Hanna, que duerme a unos centímetros, después de haber bailado y saltado durante un par de horas frente a las cámaras. La jornada laboral recién comienza para Andrea, que todavía tiene que grabar dos programas de Distendidos, el magazine que conduce (además, lleva adelante su agencia HB Models, graba la serie Los HDP y hace gira con la obra No hay dos sin tres). Fieles, a su lado están sus padres. La familia y la carrera que reconstruyó desde las cenizas avanzan juntas.