En la escuela de alta montaña “Coronel José Ignacio Murga”, en el pasaje rural El Carmen, Tafí del Valle, Lorena Figueroa es docente. En ese lugar, desde hace siete años, convive de lunes a viernes con 24 niños y niñas de entre 3 y 12 años, cerca de la frontera noroeste que separa la provincia de Tucumán de Catamarca. Educada también en escuelas rurales, siempre soñó con estar al frente del aula. Con mucho esfuerzo, estudió y se convirtió en maestra de nivel inicial y de grado. Su historia trae un mensaje potente: la verdadera realización, dice, se encuentra no solo en el desarrollo personal, sino también en acompañar a los otros a un mejor destino.
En carne propia
“Mi misión es que ellos terminen la escuela; quiero mostrarles que la vida puede ser de otro modo. Yo no vengo de una realidad muy distinta, y eso hace que sepa cómo se sienten y que sus padres me abran la puerta de su casa y confíen en mí”, explica. La mayoría de sus alumnos camina entre tres y cuatro horas para llegar a la escuela y vive en condiciones muy desfavorables, con adultos que se ocupan de lo urgente: conseguir un plato de comida trabajando la tierra, para lo que muchas veces deben dejar a los niños solos en la casa. “Son historias muy fuertes, y yo quiero que sepan que es posible crecer, desarrollarse; por eso les cuento cómo hice yo, y no me desentiendo de ellos ni siquiera después de que egresan”. Algunos de sus primeros alumnos ya están por terminar el secundario y Lorena los sigue de cerca; tanto, que hasta les ha pagado alguna clase particular para que repuntaran las notas. “Tienen la necesidad y la decisión de vivir distinto, y yo intento ayudarlos y ser una buena referente”.
Repite que, si ella entiende, es porque lo vivió. Tiene muy presentes las dificultades que pasaba de niña, cuando disponía de un solo juego de ropa interior, o cuando, ya adolescente, vendía golosinas y limpiaba casas durante el fin de semana con el propósito de juntar el dinero para el micro que la llevaría al colegio, tras caminar once kilómetros. Después, trabajó en fincas, cosechando limón o arándanos, según la temporada, mientras que de noche hacía el profesorado. A los 25 años fue mamá de Valentina y, al mes del nacimiento, apareció la posibilidad de tomar el cargo de maestra rural, a 80 km de su casa, lo que implicaba separarse durante la semana de su hijita: “No me voy a olvidar en la vida lo doloroso que fue dejarla con mis padres, pero traté de concentrarme en lo que le podía dar a partir de mi trabajo. Ella ahora tiene siete años y está orgullosa de lo que hago, pero fue muy difícil. Recuerdo un día que yo estaba sacándome leche de los pechos, llorando y pidiéndole a Dios que me dé fuerzas, cuando se abrió la puerta y apareció una nena de tres años, me miró y corrió a abrazarme. Ahí entendí que ellos tal vez me necesitaban más que Valentina. Estamos formando niños, y cada uno tiene una esperanza, un sueño, una ilusión y un derecho”, reflexiona.
Señorita maestra
Dice que trabajar en medio de la montaña implica una mezcla de emociones que la anclan en el presente y a las necesidades urgentes de sus chicos. “El lunes ves en sus caritas, que algunos no comieron, o no durmieron lo suficiente, o se han golpeado, y sentís esa tristeza. Los niños te dan una energía y un amor que hace que sientas que tu labor no tiene precio. De repente, te miran a los ojos y te dicen cosas que les nacen del alma, como: ‘Señorita, ¿usted sabe lo que yo la quiero? No veía la hora de que fuera lunes para verla’. Quisiera hacer mucho más por ellos, tener unas alas gigantes y poder cubrirlos, ampararlos y cumplir sus sueños porque son deseos que se les hacen inalcanzables y eso te rompe el alma”. Hace unos meses, organizó un viaje a San Miguel de Tucumán y los llevó a conocer la capital de la provincia. “¿Sabés lo que fue eso para ellos? Entrar a un shopping, ver el movimiento de la ciudad; no han dormido la noche anterior de la emoción, ¡tenían una felicidad! Quisiera que la gente conociera a estos chicos, que pocos ven, y que ellos se sientan valorados y sepan que pueden salir adelante”.
Los siete años que Lorena lleva en la escuela fueron una transformación personal: “Me siento realizada como madre y como maestra. Te puedo hablar de mi sufrimiento de niña, que es el mismo que ahora intento reparar en ellos. Va más allá de transmitir conocimiento; es enseñarles que hay otra forma de vida, abrirles caminos y ayudarlos a volar”.
Para colaborar
Los chicos sueñan con conocer el mar, y Lorena se ilusiona con que alguien los ayude a concretar esa aventura. También les viene bien ropa de abrigo. Para colaborar, contactarse vía mail a lorenamfigueroa2@gmail.com