De un tiempo a esta parte, en los cuentos empezó a ser cuestionado el relato de la mujer princesa que espera ser rescatada por un hombre para encontrar así la felicidad. También, el papel de ellos como salvadores y proveedores absolutos, para mostrar que los varones también pueden exponer sus miedos sin avergonzarse.
Lo cierto es que los cuentos que nos contaron en la infancia no son ajenos a los cambios que se dan en la sociedad, así como tampoco lo son los niños y sus padres. Los clásicos infantiles (ya sea en libros o películas) se ven hoy expuestos a una relectura que hace de ellos piezas mucho más ricas y profundas, y esto impacta de lleno en la manera de pensar y actuar de los más chicos y, por qué no, de los adultos.
Espacios para repensarse
Con dos hijos en edad escolar, Natalia reconoce que, si bien está conforme con el colegio en el que sus chicos estudian, lamenta que no apliquen una perspectiva de género. Es por eso, revela, que en su casa se ocupa de volver a leer los clásicos con ellos, intentando darles una vuelta de tuerca y compensar, de esa manera, lo que considera que les falta para comprenderlos en profundidad. Es así como las familias se ven atravesadas hoy por una realidad que impacta en todas las generaciones, y que se comienza a inculcar, sin dudas, desde la infancia. “Creo que la relectura de los cuentos amplía las miradas posibles a las historias clásicas. Las princesas y los superhéroes ya no son la única opción. ‘Blancanieves’, ‘Cenicienta’, ‘La bella durmiente’ y ‘Rapunzel’ seguirán existiendo como clásicos, pero aparecen otras opciones, que priorizan valores como la libertad, la creatividad y la búsqueda de justicia”, analiza la psicóloga Sandra Vorobechik, secretaria del Centro Rascovsky de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados (AEAPG).
La profesora de Letras Ana Guillot es una de las escritoras que suelen ser convocadas por las escuelas para socializar estas relecturas y bucear en los significados de los textos. Especialista en mitos y cuentos maravillosos, la autora del libro Buscando un final feliz –quien además dicta cursos en el país y en el exterior– recuerda un caso en el que un menor, a raíz de uno de los talleres que realizó sobre “Patito feo” desde la perspectiva del bullying, pudo reconocer la agresión de su propio padre, lo que le permitió a la institución descubrir un caso de violencia intrafamiliar. Por eso, valora este proceso y brega por su continuación: “Compren esos cuentos tradicionales, vayan a ver las películas (incluida La guerra de las galaxias), traten de mirarse en ellas y preguntarse qué harían en ese lugar, y cuando el niño venga con el cuestionamiento, recuérdenlo y hablen con él. Hay que mirar con atención y tratar de abrir el corazón a la historia. Si son padres intuitivos y amorosos, van a encontrar el mensaje”, recomienda a los adultos, y rescata que se busque la profundidad de los cuentos para aplicarlos a la vida. “Si me quedo en lo intelectual –señala– no sirve para nada”.
De historias y estereotipos
Si bien los clásicos se transmitieron de generación en generación desde hace cientos de años, en algún momento de la historia su mensaje fue desdibujándose. El cambio de paradigma que se instala con las nuevas lecturas permite, además de revisar el sentido, preguntarse cuánto influyeron los modelos establecidos que se trasmitieron con los textos. “Tenemos que mirar lo que realmente dicen los cuentos. El tema es que la cultura cotidiana tiende a someternos. Hay que sacar muchas capas de cebolla para llegar a la esencia. Por ahí hasta te da miedo seguir buscando”, advierte Guillot, quien explica que hay una lectura lineal, en la que la bella se despierta por un beso de amor, pero detrás tiene un significado mucho más grande. “Nos educaron –explica– pensando que somos seres pasivos, esperando al hombre que viene a redimirnos. En realidad, todos tenemos una zona masculina y una femenina: con la primera salimos a trabajar y desde la otra tenemos más intuición, nos emocionamos. Dentro de cada personaje juegan ambos aspectos. Los cuentos tienen un significado muy profundo que uno como adulto puede ir descubriendo, pero que el niño, desde algún lugar, intuye. Si uno vuelve a sentirse niño, seguramente va a comprenderlo y transmitirlo mejor a sus propios hijos”.
«Detrás del beso que despierta a la princesa, hay algo más grande»
Los textos son potentes, según Guillot, porque permiten ser comparados con lo que nos sucede en la vida: “Tenemos gente que nos ayuda (el hada madrina), otros que nos obstaculizan (las hermanastras), pero lo superamos. La bruja también está adentro, cuando uno se autoboicotea”. Si bien allí radica su poder, reconoce que nos educaron con los estereotipos. En este punto, Vorobechik coincide: “Los que crecimos escuchando las historias de princesas y de hadas también crecimos creyendo que no podíamos contradecir ni disentir con quienes nos contaban los cuentos”. Por eso, confía en que hoy los niños sean oyentes activos y que sigan disfrutando de escuchar cuentos en espacios donde puedan intercambiar pareceres, criterios y emociones sobre lo leído. La psicóloga considera que “Es compartiendo ideas, discutiendo posturas, poniendo a jugar los valores en las narraciones e imaginando modelos posibles como se siembra el espíritu crítico y la curiosidad por la lectura”.