Nacida y criada en El Carmen, a 25 kilómetros de San Salvador de Jujuy, Patricia Gallardo había estudiado Medicina en Tucumán y luego se había radicado en la Ciudad de Buenos Aires para hacer su especialización en Gastroenterología en el hospital Udaondo. Pronto se dio cuenta de que tenía una empatía especial con quienes sufrían alguna enfermedad del hígado y decidió especializarse en Hepatología.
Al anunciarle a su madre sus futuros pasos profesionales, se enteró de que su abuela había sido alcohólica y había muerto en 1987 de cirrosis hepática descompensada. “Para ella, la enfermedad de su madre era un tabú. Yo tenía el recuerdo de mi abuela postrada y con la panza muy hinchada, pero en aquel momento, yo tenía doce años y no sabía qué le pasaba”, confiesa.
Patricia hizo un repaso mental y ató cabos. “Las enfermedades hepáticas generan mucha culpa, miedo y vergüenza en quien la padece y también en la familia. Enterarme de lo de mi abuela fue sacarme un velo de los ojos. Por eso, como médica, yo atiendo, antes que nada, la historia de las personas y de sus familias, después los pienso como pacientes. La parte humana tiene que estar doblemente involucrada”, explica.
Un mal silencioso
Las enfermedades hepáticas suelen desarrollarse y evolucionar durante 10 a 15 años antes de manifestarse con síntomas. Si el daño en el hígado se detecta a tiempo, se trata y se cura. Pero si se lo deja avanzar, puede terminar en un cuadro de cirrosis que lleve a la muerte. “En la mayoría de los casos, son pacientes asintomáticos. Por eso es tan importante la promoción y la prevención. Cuando mi abuela murió, no existía en Argentina la posibilidad de un tratamiento curativo como el trasplante hepático. Hoy tenemos las herramientas necesarias como para cambiar el destino de muchas personas con estas enfermedades”, explica.
Hasta 2013, la Hepatología era una especialidad médica no reconocida en la Argentina. Cuando se creó, Patricia fue de la primera camada de hepatólogos certificados. Como en Jujuy no había ninguno, el Ministerio de Salud provincial la contrató para ir una vez por mes a atender a San Salvador. En esa provincia norteña, cada 48 horas una persona muere por enfermedades hepáticas. Por eso, sus primeros viajes fueron conmocionantes: había mucha gente esperando atención; no se contaba con recursos tecnológicos sufi cientes y muchos de los pacientes a los que veía en un mes, al siguiente ya habían fallecido. Patricia todavía no lo sabía, pero su vida iba a dar un volantazo.
Al servicio
“Empecé a notar que, en la sala de espera, la gente se daba consejos; sin proponérselo, se estaban organizando como un grupo de autoayuda”. De repente, entendió que tenía una misión superior a la de ir un par de días y volver a subirse al avión.
En marzo de 2015, organizó el primer encuentro de pacientes. Atenta y consecuente con lo que la rodeaba, comenzó a gestar una fundación para dar apoyo a enfermos y trasplantados hepáticos y hacer actividades de promoción mediante la atención gratuita y la detección de hepatitis. “Cuando empezamos los trámites para la personería jurídica, mi mamá me ofreció usar la casa de mi abuela que, tras años de estar alquilada, estaba deshabitada. Ese lugar estaba tan lleno de recuerdos para ella, que recién se animó a entrar cuando, por comodato, se convirtió en nuestra sede”.
La fundación fue bautizada con el nombre quechua “Sayani”, que significa “Yo me mantengo en pie”. “Una persona con enfermedad hepática muchas veces debe mantenerse en pie para poder sobrellevarla hasta ser sometida al trasplante y a partir de allí renace más fuerte”, explica. En diciembre de 2015, obtuvieron la personería jurídica, pero se cortó el convenio con la provincia y Patricia debía también solventarse los viajes.
El cuadro hizo madurar su decisión: dejó el consultorio porteño, el puesto en el Udaondo y la unidad de trasplante del Argerich para volver a radicarse a su Jujuy natal. “Mi compromiso con los pacientes estaba más fuerte que nunca, ellos me necesitaban ahí. Cuando les conté que iba a quedarme, lloramos todos. Yo no volví a Jujuy por mi familia, volví por la Fundación Sayani, por el pacto que hicimos con toda esa gente que había depositado en mí tanta confi anza y cariño. La comisión directiva está conformada por los enfermos y sus familias”.
“Todos aquí trabajamos ad honorem. Jujuy es una provincia con alta tasa de fallecimientos por enfermedades hepáticas, y yo siento que tengo que devolver a la provincia algo de lo que aprendí. Cómo no voy a comprometerme cuando hay tantas muertes evitables”, dice emocionada. Ella le hace honor al significado de “sayani”: es de las que se mantienen en pie, con amor y compromiso.