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Noelia Marzol

En su infancia conoció la danza de rebote y se enamoró. Se sacude los encasillamientos sin perder frescura.

Noelia Marzol

Lo mejor que hago en la vida es bailar

En su infancia conoció la danza de rebote y se enamoró. Se sacude los encasillamientos sin perder frescura.

La ceremonia en la Fundación Bolsa de Comercio de Buenos Aires transcurría por los carriles habituales: los alumnos más destacados, los egresados con mejores promedios de la ciudad en colegios con orientación en temas económicos y mercantiles pasaban uno a uno a recibir su medalla y diploma. Agradecían la posibilidad de cursar gratuitamente los cursos que organiza la fundación.

Cuando le llegó el turno a Noelia, la cosa cambió. Recibió su medalla, sonrió al tomar su diploma y agradeció la beca ofrecida, pero aclaró que no la utilizaría: ya sabía que su vida estaría lejos de allí y que su lugar estaría en el arte. La decisión fue fácil de tomar, aunque trajo consecuencias.

“Mi papá se quería matar. Vi de lejos cómo se le transformó la cara. Me quería matar. No nos hablamos durante años, se enojó mucho. Pero todo pasa, y con el tiempo fue entendiendo.En realidad, recién ahora diría que terminó de aceptar que esto es una pasión muy fuerte para mí”.

¿Cómo hiciste para bancar tu decisión?

Es que todo esto para mí era muy natural. Mis papás me educaron diciéndome que tenía que hacer lo que me apasionara, lo que me gustara, porque a la larga es la única manera de poder sostenerlo y hacerlo bien. Yo nunca dudé en hacer otra cosa por dejarlos felices a ellos. Si no, sentía que iba a ser una infeliz toda la vida.

El acercamiento a la danza, la disciplina en que más cómoda y libre se sintió en toda su vida, fue fortuito: “Yo era hiperactiva, así que mi mamá me llevó al club para que eligiera sí o sí alguna actividad”, confi esa sonriente. Puesta a elegir, por descarte y sin mucho entusiasmo, se inclinó por la natación. Saliendo del club, vio a un grupo de nenas que comenzaban con una clase de gimnasia rítmica y el deseo de ser parte de eso fue inmediato. Tenía cuatro años y, desde ese momento hasta los diecisiete, entrenó y bailó (usó la danza como complemento de la gimnasia) cuatro horas diarias. Compitió en la selección de gimnasia rítmica y fue subcampeona nacional.

“Todo esto me encantó de entrada. Soy naturalmente competitiva, entonces ya de chica quería ser la que mejor hiciera los saltos, que siempre fueron mi especialidad. Es un deporte súper competitivo: estás en un cuadrado, una pedana, con doce jueces enfrente tuyo mirándote y cuatro jueces de línea. Ese momento es único, yo siempre lo disfruté. Hay nenas que lo padecen. Pero en mi caso, fue todo lo contrario”.

En un momento, elegís la rama más artística por sobre la deportiva, ¿por qué?

Más que nada se dio porque lo deportivo tiene mucha más demanda física y, a medida que crecés, no das abasto. Por la gimnasia tengo lordosis y escoliosis, tengo la última vértebra pegada a la cadera. También tuve problemas de desarrollo, recién lo hice a los diecisiete años de una forma que no fue natural, con medicamentos. Entonces, la carrera deportiva generalmente es muy corta. Traté de extenderla lo más que pude, pero teniendo que trabajar y estudiar era imposible dedicarle tanta cantidad de horas. Fui por el lado que más relación tenía con eso deportivo que me gustaba, y elegí la danza.

¿Cómo aplacás esa parte competitiva?

Está siempre latente. Esto es como una competencia sana. No es que yo compito a ver quién es más linda o tiene el pelo más largo. Mi competencia va más por el lado de mi capacidad: dar lo mejor de mí, prepararme para superarme. Compito contra mí misma. Y sé competir sanamente, no es que voy a ir a quebrarle la pierna a una… Prefiero esforzarme más yo para poder conseguir las cosas.

Su ingreso al mundo del espectáculo no fue todo lo placentero que esperaba, ya que en el teatro de revista, notó que la competencia era feroz; y los “reglamentos”, poco claros. Cuando estaba comenzando a sufrir la situación, apareció un casting para un nuevo programa de Marley al que se presentó.

Tenía 18 años, me fui de Mar del Plata a Buenos Aires para probarme en el casting y fue buenísimo. Entré y me trabé o algo así, Marley se empezó a morir de risa y me dijo “listo, sos vos, quiero que seas mi coequiper”. Estuvo bueno. Nunca planifi qué nada, y ese fue el paso para hacer algo televisivo. Recién ahí la gente me empezó a reconocer.

 

Soy naturalmente competitiva, entonces ya de chica quería ser la que mejor hiciera los saltos.

 

Junto a Marley, con quien forjó una amistad, trabajó en 3, 2, 1, ¡a ganar!, Minuto para ganar, La nave de Marley y Celebrity Splash (donde fue participante). Apoyada en esa popularidad conseguida, saltó a la conducción de Hiperconectados, en la medianoche de Telefe, y se abrió camino en la actuación: estuvo en la tira Señores papis, las películas Igualita a mí y Perdidos en el Zoo, y la obra Más respeto que soy tu madre 2, junto a Antonio Gasalla. Hoy integra el elenco del espectáculo Bien Argentino, con el que se encuentra de gira por todo el país y cuyo cuadro le valió el premio Carlos a Mejor Bailarina.

“Ahora tengo un poco más claro qué es lo que quiero y no quiero hacer, después de haber probado muchas cosas. Es raro cuando terminás el secundario y te dicen ‘elegí qué querés ser’. Vos quizá tenés un abanico de cosas, pero no sabés bien de qué se trata nada de eso, ya sea ser dentista, contadora o bailarina. Y tenés que elegir por instinto. A mí me pasa eso todo el tiempo, no planifico demasiado, sino que me dejo llevar por las ofertas que tengo en cada momento”.

En todo caso, das marcha atrás, como te pasó con Polémica en el bar…

Sí, pensé que iba a estar bueno y después lo corté, seguí con otra cosa. En Polémica en el bar, lo que me pasó es que tenía un personaje que sentí que no se desarrollaba nunca, sino que simplemente lo que se mostraba era una figura y nada más. Me aburría y no tenía ganas de estar, no tenía sentido y no le aportaba nada al programa. Me sentía una inútil, básicamente, y por eso tomé la decisión.

No planifico demasiado los trabajos, sino que me dejo llevar por las ofertas que tengo en cada momento.

¿Qué trabajos te dejaron más conforme?

Siento que si digo alguno en particular sería injusta con el resto de personas que me dieron la oportunidad. Pero me encanta lo que hago ahora, en Bien Argentino. El espectáculo está buenísimo en su totalidad y, aparte, Ángel Carabajal, el director, me dio la libertad de hacer lo que quiero. No me puso limitaciones. El folklore es muy tradicionalista, y mezclarlo con una figura pública, que se expone físicamente, como yo, era raro, podía llegar a ser chocante para algunos. Pero la gente viene al teatro, me ve haciendo otra cosa y sale fascinada. Muchos me dicen “te juro que me sorprendiste”.

Cuando te dicen eso, ¿qué sentís?

Por un lado, siento bronca y pienso “vengo estudiando desde los cuatro años y nadie lo sabe”. Y por otro, me gratifica, porque siento que lo que hago, más allá del prejuicio que puedan tener sobre mí, es valorado. Me gusta eso.

 Grabo todas las funciones y corrijo hasta el detalle más ínfimo.

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