Estaba atravesando una crisis matrimonial, y todo lo que escuchaba de parte de mis amigas era que todo iba a salir bien. ¿Qué significaba eso? Sus respuestas, a veces, me exasperaban más y potenciaban mi mirada hacia lo malo. Lo que quería era un consejo, no solo buenas energías”, dice casi a modo de catarsis Carolina. Su testimonio no es el único: muchas mujeres se quejan de la mirada positiva “simplista”, y otras sufren cuando sus conocidas se empecinan en resaltar únicamente el lado negativo de la vida. ¿Es posible conseguir un equilibrio entre ambos extremos? ¿Es bueno valerse de solo uno de estos sentimientos?
“El optimismo ilusorio es la tendencia exagerada de las personas a creer que tienen más posibilidades que otras de que les sucedan acontecimientos positivos; estas personas creen que los infortunios son parte de los otros, y se creen invulnerables a la desgracia”, define el licenciado en psicología Mauricio Strugo.
Por su parte, Laura Isanta, especialista en calidad de vida de las personas, afirma que ese tipo de optimismo está más cerca de lo que “se conoce como pensamiento mágico, que es la creencia errónea de que nuestros pensamientos o actos evitarán un hecho concreto, de modo que desafía las leyes de causa y efecto comúnmente aceptadas”.
“El pensamiento mágico es la creencia errónea de que nuestros pensamientos o actos evitarán un hecho concreto”.
Según esta profesional, uno de los ejemplos más mentados de personas optimistas es el de Hellen Keller, quien era ciega y sorda, y lejos de sentarse a llorar, decía haber sido sumamente feliz. “La postura positiva residía en ella y era su filosofía de vida. No por tener esas limitaciones era una persona ilusa; era muy realista y percibía claramente su realidad, pero fue su convicción de que podría y tenía lo que la llevó a aprender las habilidades necesarias para transitar y trascender las dificultades, y alcanzar logros impensados para muchos pesimistas”.
“El equilibrio se logra cuando podemos ser conscientes del protagonismo en nuestras vidas, ser responsables. Si bien existen los extremos, es una elección, muchas veces conocida y por lo tanto cómoda, en la que, aunque no la pasemos bien, estamos acostumbrados. De ese modo se evitan las acciones necesarias que implican esfuerzo para mejorar las cosas que dependen de mí”, observa Strugo.
En los extremos, la voluntad de la persona se desdibuja: por un lado está quien considera que sin poner nada de ella todo le va a ir bien, y por el otro, está quien no cesa de quejarse y de culpar al destino por su estilo de vida, sin ver posibilidad de intervención alguna para mejorar. “Para salir de esos lugares necesitamos voluntad y convicción de que ese punto medio, ese lugar de equilibrio, requiere trabajo a corto plazo, pero a la larga reconfortará mucho ver que ese esfuerzo trae la recompensa de poder celebrar que la vida que tengo, con sus vicisitudes, la construí yo”, explica el psicoterapeuta.
Mirada inteligente
Daniel Colombo, coach especializado en alta gerencia y profesionales, se centra en la creencia popular que asegura que es imposible ser optimista todo el tiempo, sobre todo ante la influencia del entorno, que muchas veces es negativo. Sin embargo, “esto no guarda relación con las afirmaciones científicas, ya que, independientemente de las condiciones de vida, incluso estudiando zonas de extrema pobreza a nivel mundial, hay miles de personas realmente necesitadas que son optimistas y manifiestan felicidad. Y también sucede lo contrario: individuos colmados de experiencias que se podrían calificar como positivas, que viven deprimidos”.
“Entonces, ¿qué determina el optimismo inteligente? Para comprenderlo rápidamente, se trata del poder individual para desarrollar una posición positiva hacia la vida y las situaciones, más allá de las circunstancias desafortunadas que siempre ocurren. Un aspecto esencial es que de todo se saca algo para progresar y aprender”, afirma Colombo.
Poder empatizar
Tal como contó Carolina al inicio de esta nota, uno de los momentos que suelen terminar en conflicto es cuando alguien quiere consolar a una persona que está triste diciéndole frases positivas. ¿Por qué sucede esto? “Por más que cuesta admitirlo, nos cuesta mucho tolerar el malestar de los demás. Nos decimos sensibles y luego evitamos a toda costa el dolor ajeno, porque este nos enfrenta en espejo con nuestro propio sufrimiento o con la posibilidad de que nos suceda lo mismo”, advierte Strugo.
En la misma línea, dice el psicólogo, está contestar automáticamente “bien” cuando nos preguntan cómo estamos. “De ese modo no nos mostrarnos, y queremos zafar de quedar expuestos. Pero a veces es inevitable, por la vida misma, que estemos más vulnerables y que nos animemos a exponernos más”.
Por último, es importante saber que “cuando alguien nos elige para compartir algo que le está sucediendo y se anima a exponer sus sentimientos, necesita que lo escuchemos con el alma y que la respuesta sea sentida, no automática. Precisa que estemos disponibles y dispuestos también a emocionarnos. Entonces, de rebote, que ese decir al otro nos sirva para nosotros en espejo, como un mensaje que, diciéndole al otro, necesitábamos para nosotros mismos”, concluye Strugo.