En armonía

Cada vez se habla más de la dificultad que tienen algunos padres para decirles “no” a sus hijos.

La importancia de poner límites

Cada vez se habla más de la dificultad que tienen algunos padres para decirles “no” a sus hijos.

Manuela trabaja lejos de su casa. Cuando llega a la tarde, lo único que quiere es sacarse los zapatos, ponerse cómoda y disfrutar de sus hijos. Ellos corren a recibirla y enseguida la abrazan cuando la ven entrar. Por lo general, juegan un rato hasta que ella empieza a preparar la cena. Es ese el momento en que las risas se convierten en gritos y llantos. Los hermanos se pelean por ayudar a la mamá; después, cuando es la hora del baño, lloran para no bañarse.

Algo parecido pasa cuando sirve la cena: casi siempre uno de los dos chicos no quiere comer lo que preparó, sino que exige un menú diferente. Ella sabe que no debería hacerlo, pero está tan cansada que le resulta más fácil levantarse a preparar lo que le piden que intentar convencerlos.

Los hogares donde los “niños mandan” son cada vez más comunes. Según Adela Lalín, presidenta de la Asociación Gestáltica de Buenos Aires: “Los padres jóvenes pertenecen a una generación que, en general, tuvieron padres cuyos límites los ponían con autoritarismo y agresiones. Ahora ellos, al ser papás, se polarizan con las actitudes de sus progenitores y hacen lo contrario. En definitiva, no quieren contradecir a sus hijos para que estos no sufran como sufrieron ellos de niños”.

Y aquí comienza el camino del “pequeño déspota”, como algunos psicólogos denominan a los niños que crecen acostumbrados a mandar y a tomar decisiones que debieran tomar los adultos, como qué comer o no, los horarios de descanso e incluso la elección de la ropa.

Posiblemente, tampoco ayude la facilidad que tienen para la tecnología. Incluso en algunas familias son los más pequeños los que confi guran equipos y televisores. Saben buscar en Internet, poner videos en YouTube y editar fotos. Sin límites, el acceso a la tecnología también puede ser un arma de doble fi lo, porque será la excusa perfecta para no ir a comer o a acostarse “porque estoy jugando a un juego” o “mirando un video”.

Para la licenciada Lalín, la clave está en “que los padres aprendan a ser adultos y acompañen a sus hijos, entendiendo que los límites los protegen y ayudan a crecer y desarrollar su potencial interior”.

Decir “no” es una expresión de amor

“¿Cómo se sentiría uno si va de noche por una carretera que no conoce sin señalamiento, ni líneas pintadas en la calzada? Los límites siempre son delimitaciones del camino, son cercos que protegen, que dan seguridad”, asegura Jaime Barylko en El camino demarcado. De esta forma y con esta refl exión del pedagogo y fi lósofo argentino, la licenciada Tamara Pez y la psicopedagoga Celina Ghisi ilustran el tema de los límites en la niñez en un trabajo de investigación realizado para la Secretaría de la Mujer de Córdoba*. “Establecer límites es enseñar que no todo es posible, esto genera frustración. Pero aprender a tolerar los límites favorece a la constitución de la personalidad del niño y su maduración, desarrollando la capacidad de esperar y de entender que no todo puede ser satisfecho inmediatamente”.

Las especialistas agregan: “No se trata entonces de evitarle al niño situaciones de frustración, sino de enseñarle a aceptar las limitaciones. Debemos buscar un equilibrio entre las experiencias de gratificación y de frustración. Los niños pequeños sienten que pueden hacer cualquier cosa, este sentimiento de omnipotencia debe disminuir para adaptarse a la convivencia social”.

La puesta de límites funciona como una forma de ayudar al niño a controlar aquellos aspectos que no puede manejar por sí solo. Es por esto que “las normas le muestran lo que puede y lo que no puede, dándole conciencia de su identidad y diferenciándolo de los demás. Así, con nuestra ayuda, podrá ir incorporando normas y valores para aprender a convivir con otros”.

9 señales de que un niño necesita límites

Por la licenciada Adela Lalín

Para algunos padres, puede ser complicado darse cuenta de si sus hijos están frente a una difi cultad con el tema de los límites o si su conducta es la esperable para su edad. Ante la duda, estas son algunas de las características de un niño que necesita límites:

1. El chico tiene berrinches a menudo.
2. Vive siempre como insatisfecho, nada lo conforma.
3. No colabora cuando se le pide algo.
4. Intenta manipular a los padres para lograr lo que
quiere.
5. Avergüenza a los padres frecuentemente en público.
6. Ignora el “no” de los padres.
7. La autoridad de los padres queda desdibujada, y estos asumen una actitud sometida a cierto despotismo que ejerce el niño.
8. Excesiva demanda de atención.
9. Para que el niño obedezca, los padres tienen que sobornarlo.

Dos palabras que valen más que mil explicaciones

Una de las autoras que más hacen hincapié en el tema de la falta de límites es la psicóloga chilena Maritchú Seitún, especializada en niños y orientación a padres. Ella explica que, para que nuestros hijos nos hagan caso, la respuesta es tan sencilla como difícil de poner en práctica: “Porque no”.

Para la autora, esta es la columna vertebral del problema: “Los padres tenemos que aprender a decir las cosas una sola vez. ¿Y cómo se logra eso si pedimos todo cincuenta veces y ellos ni siquiera nos miran? Los chicos solo responden cuando nos enojamos mucho o gritamos o cuando los llevamos por la fuerza. Justamente ese es el origen del problema: saben que hasta que mamá o papá no gritan a un determinado volumen, o se para y se les acerca con cara de mucho enojo, tienen tiempo para seguir jugando, peleando, es decir, no obedeciendo”, explica.

Según Seitún, esto tiene como consecuencia que los chicos crezcan haciendo caso solo a los adultos que les gritan o les enuncian amenazas horribles, pero no se dan por aludidos cuando una maestra o un familiar los llama amablemente a trabajar en clase o a comer.

Además de decir las cosas una sola vez, es importante ser consecuentes: si los llamamos a comer y no vienen, debemos anunciar cuál será la consecuencia y cumplirla. “A partir de los cinco o seis años se puede agregar otro paso. Primero decimos lo que queremos que hagan, por ejemplo ‘andá a bañarte’. Segundo, anunciamos la consecuencia en el caso de que no lo hagan (ʿel que no está bañado a la hora de sentarse a comer se queda sin tele después de comer’), y, en tercer lugar, cumplimos la consecuencia, si fuera el caso”, resume la licenciada Seitún.

Se dice que cada familia es un mundo. Pero si podemos lograr que en nuestro mundo todos los integrantes hablen un idioma que respete la palabra de los adultos, posiblemente nos sintamos orgullosos de tener un hogar, dulce hogar.

*Extraído de La importancia de poner límites para el crecimiento de las niñas, niños y adolescentes, de Tamara Pez y Celina Ghisi, publicado por la Secretaría de la Mujer, Niñez, Adolescencia y Familia del Gobierno de Córdoba.

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