Justo había cambiado el milenio cuando unos chicos de Ciudad Oculta se acercaron a un fotógrafo que estaba retratando situaciones del barrio y le dijeron que querían estudiar fotografía pero que les resultaba muy difícil debido al costo y a la falta de equipamiento. Al año siguiente, en plena hecatombe de 2001, Moira Rubio y Miriam Priotti, todavía estudiantes de Fotografía, se incorporaron a un proyecto del que no se fueron más. “Sentíamos que teníamos que hacer algo y no quedarnos a esperar que las cosas sucedieran de arriba”, explica Moira.
Los que tomaron la iniciativa fueron los propios chicos, que hoy son adultos y, en muchos casos, llevan a sus hijos a hacer la experiencia. Fundación PH15 se trata de poner en foco, visualizar, echar luz, dar una nueva mirada, expresarse, encontrar nuevos sentidos. Todo eso es lo que hacen en estos talleres grupos de veinte chicos de entre 10 y 20 años, aunque también han trabajado con niños más pequeños y con adultos. Pueden hacerlo durante tres años y luego quedarse como ayudantes o, los que quieren aprender el oficio, conseguir una beca por intermedio de la fundación. Incluso ya hay fotógrafos profesionales y algunos que son docentes. Cuando querer es poder.
Fundación PH15 se trata de poner en foco, visualizar, echar luz, dar una nueva mirada, expresarse, encontrar nuevos sentidos.
Enfocarse. Muy pronto entendieron el impacto de lo que hacían: “El arte es una herramienta transformadora. Era un simple taller de fotografía, sin embargo, se despertaban tantas otras cosas bien concretas en los chicos y en nosotros: empezaban a poder hablar más de sí mismos, se desinhibían, les gustaba mostrar sus fotos; tenían acceso a lugares que antes no, como los museos a los que los llevábamos”.
Cuando el proyecto se hizo conocido, se acercaron de otros barrios para querer replicarlo. “Tuvimos que definir si hacer un taller momentáneo o intentar darle curso a toda esa demanda que surgía. Elegimos la segunda opción y nos pusimos a pensar cómo sostenerlo y cómo crecer”, recuerda Moira. Fue entonces cuando, en 2004, decidieron tramitar la personería jurídica para poder empezar a buscar fondos. A partir de allí, los proyectos pasaron por cantidad de otros barrios y comunidades de distintos puntos del país. “Tuvimos que aprender a transformarnos en gestoras culturales, armar una fundación, manejar papeles, pedir fondos, redactar propuestas, difundir y comunicar las acciones; lo fuimos adquiriendo sobre la marcha”, asegura Miriam.
Una de las claves fue tener una estructura formal extremadamente pequeña que solo crece cuando hay necesidades puntuales y recursos. Otra fue diversificar las fuentes de ingresos y hacer lo posible por tener aportes públicos, privados y de particulares.
PH15 está conformado por un gran equipo de voluntarios y voluntarias que llevan adelante los talleres; con respecto al equipamiento, el 90 por ciento de las cámaras son donadas por quienes ya no las utilizan. Además, armaron un equipo de evaluación para medir y redirigir la acción. “Desde el arte, abordamos muchas problemáticas. Al hacerlo desde un lugar diferente al que siempre se trabajan, se generan impactos y resultados, por ejemplo, en temas como nutrición, cuestiones de género y salud reproductiva. Hoy estamos trabajando con chicos de pueblos originarios para, a través de la fotografía, poner en valor sus lenguas, que están en riesgo de extinción”, detalla. Ese último proyecto las llevó a la comunidad chané en Salta, wichís y qom en el Chaco, mocoví en Santa Fe, charrúa en Entre Ríos y guaraní en Misiones.
Echar luz
Lo paradójico es que “Ciudad Oculta” (Villa 15, de ahí el nombre de la fundación) se hizo visible, y con ella un montón de otras realidades. “Quieren mostrar que tienen las mismas inquietudes que otros y todo lo bueno que pasa en su cotidianeidad”, dice Moira. “Más allá de las desigualdades en los accesos, intentan tener su infancia y adolescencia con alegría. Respetan, valoran y tienen un gran orgullo por su comunidad, por su familia, amigos y sus escuelas”, explica Miriam.
Muchos de los que pasaron por PH15 se acercaron a otras ramas del arte, como la música y el baile. También están los que, sin seguir vinculados a lo artístico, van a contarles a otros que aquella experiencia les brindó herramientas que usan hoy en su vida adulta, como saber negociar, trabajar en grupo y tener mayor tolerancia a la frustración.
“Para nosotras este es también un espacio de desarrollo y crecimiento y una manera de reivindicar, un modo de hacer posible. Hay mucha gente que se ancla en el ‘no se puede’, y somos el ejemplo de que, si le ponés un montón de garra, se puede hacer un proyecto social y llevarlo delante de acuerdo con tus propias convicciones”, asegura Miriam.
Cómo ayudar
Se puede hacer un aporte con tarjeta de crédito en ph15.org.ar, donar equipamiento o sumarse al equipo de voluntarios. No solo se necesita gente para los talleres sino quienes puedan llevar adelante tareas administrativas, contables o legales.